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Un objeto desgastado

Un objeto desgastado

29 marzo, 2018
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy

 

El 15 de febrero de 2018, Luis Zambrano publicó en la sección La Brújula de la Revista Nexos el texto ¿Cuánto estamos dispuestos a perder? El caso de Be Grand y la UNAM. Bajo una mirada crítica, Zambrano comentó un proyecto inmobiliario en las inmediaciones del campus central de la máxima casa de estudios. Además de afectar el patrimonio de Ciudad Universitaria, el autor apuntó que el edificio ponía entre paréntesis las políticas de sustentabilidad tan cacareadas por la (todavía) actual gestión de la Ciudad de México. ¿Sustentabilidad respecto a qué? ¿Un edificio de departamentos soluciona el problema de sobrepoblación y mitiga las arbitrariedades arrendatarias sólo por incluir en su construcción “muros verdes”? Por supuesto, estas preguntas son retóricas. El 23 de febrero del mismo año se reportó una balacera en el anexo de la Facultad de Contaduría y Administración. El suceso cobró dos muertos y desató una discusión en torno a la figura de mando institucional, ya que las declaraciones del rector Enrique Graue definieron los hechos de violencia como algo que “era ajeno” a la realidad estudiantil, como olvidando que la escuela ocupa suelo mexicano. Pareciera que, durante las últimas semanas de febrero, la universidad operó como “teatro del mundo” donde quedaron escenificadas las consecuencias de la especulación inmobiliaria y las balas del narcotráfico, otra clase de mercado.

La contundencia de la modernidad mexicana quedó expresada, primordialmente, en una práctica arquitectónica que mantuvo una impronta sostenida en el paisaje urbano y público, y la Universidad reunió a sus principales constructores: Mario Pani, Enrique del Moral, Luis Barragán y Juan O’Gorman. Pero la modernidad, como acelerador de ciertas estéticas, funcionó también como una demarcación histórica y política. Los objetos arquitectónicos de la modernidad mexicana son también discursos ideológicos. Por ello, su crisis o descomposición no se encuentra tanto en el terreno de la mala conservación patrimonial como de los múltiples agujeros que fueron abriéndose en la historia reciente del país. Miquel Adrià, pertinentemente,  señala el fin de la modernidad en la masacre del 2 de octubre de 1968, cuyo paisaje fue la promesa habitacional para la clase media que experimentó un momento “milagroso” para su economía y sus valores, entre los que se encontraba la posibilidad de que los hijos de las familias pudieran hacerse de un futuro digno a partir de sus estudios profesionales. Podemos ampliar esta lectura y dirigirla a la UNAM como objeto arquitectónico y como uno de los emblemas que encarnan la modernidad mexicana. Levantada con la prosperidad de un Estado que comenzaba a ordenarse tras la Revolución y basada en un temperamento académico marcado por una retórica de progreso y de nacionalismo, la UNAM, como ha sucedido con la mayor parte de la arquitectura de esos años, comienza a albergar los síntomas y las consecuencias de los autoritarismos sociales y económicos, de la corrosión burocrática cuya ineficacia conserva los mismos ímpetus y vicios de la década del 50 y de ciertas idiosincrasias que anulan la presencia de identidades que no encuentran su sitio en monumentos como es la Universidad. Se mantienen tomados algunos pasillos y algunos auditorios desde la Huelga de 1999, un evento caótico que reflejó un contexto igualmente caótico: los excesos del neoliberalismo y las subsecuentes negociaciones e incertidumbres políticas de la alternancia democrática. Sobre los murales que cantan al hombre patriótico no aparecen representadas las mujeres, cuyas manifestaciones en Ciudad Universitaria adquieren mayor urgencia. Y ahora, aparece el espectro de la ciudad que, bajo el mandato de Miguel Ángel Mancera, sostuvo en la misma medida tanto la densificación urbana y la construcción ecológicamente responsable así como las demandas rapaces del libre mercado: de la proyección de una vivienda que responde únicamente a intereses económicos. La vivienda que se ha construido actualmente no está regulando ni regulará la sobrepoblación de la capital. Se tratan de edificios ocupados por una minoría y que representan ganancias mayores para las arcas de las inmobiliarias privadas, capital que se encuentra engarzado al de las autoridades públicas. Aún cuando las protestas de la comunidad estudiantil y los dictámenes patrimoniales hayan impedido la construcción de los departamentos de Be Grand, podremos guardar como un documento el render del edificio para entender qué clase de ciudad se continuará imaginando, una que atenta contra los espacios públicos como lo es la UNAM. Asimismo, el incremento de las víctimas por el narcotráfico no es novedad para nadie, salvo para la Universidad.

Ante el paisaje de especulación y de violencia, la persistencia de la modernidad mexicana. No podemos decir que esa persistencia represente una utopía que se contraponga ante las realidades nacionales, más palpables que la evanescencia de un patrimonio. Esa persistencia es la de un esfuerzo infructuoso, la de un objeto arquitectónico desgastado por su propia retórica. Mientras tanto, la realidad comienza a desmontar ese “teatro del mundo” que sólo escenifica.

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