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Teodoro en el trópico

Teodoro en el trópico

22 septiembre, 2021
por Hans Kabsch Vela | Twitter: hanskabsch

I. Villahermosa

Aquí el concreto envejece de manera diferente: los bordes y aristas adquieren un tono verde, que después oscurece a pardo y negro, la vegetación comienza a reclamar los pequeños intersticios, abriéndose paso dentro del concreto, fracturándolo de a poco, sin demasiada prisa, de igual manera las raíces de los amates abrazan las trabes y columnas de las largas pérgolas, su fuerza constrictora, como la de una boa sobre su presa, las va asfixiando aún más lentamente, en otras partes los visitantes son tomados por asalto por las bandas de coatís que deambulan libremente por todo el parque en busca de comida de oportunidad.

No es posible respetar el recorrido que trazó el arquitecto en el parque Garrido Canabal sin mojarse los pies: el agua cubre  grandes tramos del recorrido, no es posible cruzar el puente que conecta con una estructura piramidal que recuerda un poco los ejercicios de Aldo Rossi, combinando esto con una torre que funciona como mirador, hitos que salpican el parque.

Y es que aquí el lenguaje formal del arquitecto abandona un poco su rigor cartesiano y se entrega a tentaciones formales, con la complicidad de Francisco Serrano y Aurelio Nuño: a medio camino de un claro entre la vegetación se levanta un arco de concreto que emula la solución del medio punto, junto a otro, que se desdobla haciendo lo propio con la solución constructiva  del arco falso, ambos  unidos por una trabe, sincretismo visual, metáfora formal del mestizaje irreversible, al menos en el discurso oficial.

En Villahermosa las ideas de Teodoro germinaron no sólo con la presencia de varias obras, sino con el surgimiento de seguidores en el manejo del concreto martelinado que se prodiga en todo tipo de obras por la ciudad: luminarias, fuentes, bancas, pavimentos, y hasta bases para canasta de básquetbol

Los encuadres rectangulares horizontales del pergolado del parque, se contrastan con los del Palacio de Gobierno: que no nos engañe la desmesurada horizontalidad de su fachada, ya que al superar el vestíbulo comienza una especie de templo con dos grandes alas y en medio un gran pasaje pergolado, el conjunto semeja una gran sala hipóstila donde transitan burócratas, ciudadanos en busca de algún trámite y vendedores ambulantes, las palmeras al interior dan aun más la idea de un antiguo conjunto faraónico a la manera de las ruinas de Karnak, donde las personas buscan descanso del ajetreo, a un lado de las grandes columnas de concreto martelinado, en estos pasajes en descenso, los encuadres se invierten en vertical. En este espacio el concreto queda  a salvo del feroz clima tropical, que sin embargo se cuela a través de las losas, ennegreciendo con negros lamparones de humedad los plafones.

 

II. Tapachula

Se trata de un edificio genérico, nada especial al parecer, como todo en esta ciudad fronteriza —se realizaron veintiún unidades en toda la república—: oficinas y bodegas estatales de la entonces Conasupo, que González de León proyectó con Abraham Zabludovsky en 1973. A diferencia de su obra tabasqueña, esta edificación carece de pesado simbolismo, aunque el cliente sea el mismo: ese que encontraba en el uso del concreto su mejor vehículo para manifestar su vocación monolítica.

Pero el concreto que se encuentra aquí es diferente: el martelinado de concreto pardo, aquí es gris, vulgar, estriado desde el proceso de cimbra, bien ejecutado en su construcción, pensado más en la funcionalidad burocrática que en la ceremonia del poder. Sin embargo a pesar  de los escasos márgenes que el programa permite, se atisba el lenguaje común: líneas horizontales, uso de fachada en talud y un discreto pero magistral juego entre el basamento de concreto y el movimiento que confiere a las cubiertas de lámina y estructura que parecen flotar sobre este.

El edificio sortea con dignidad sus líneas originales, a pesar de lidiar con agregados poco afortunados: una máquina expendedora de refrescos en el vestíbulo, la costumbre de pintar los muros aparentes con “colores institucionales,” pintura que en este caso, se remonta a hace dos sexenios, por último, la vegetación tropical que crece a su alrededor y que literalmente hace que el edificio pase aún más inadvertido.

Teodoro González de León se fue hace cinco años, sus edificios nos acompañarán por mucho tiempo más.

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