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Columnas

Tarde o temprano

Tarde o temprano

20 septiembre, 2015
por Arquine

por Daniel Díaz Monterrubio @icaronycteris + Juan Manuel Heredia @guk_camello

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El domingo 28 de julio de 1957 un terremoto con epicentro en Acapulco se sintió fuertemente en la ciudad de México produciendo daños considerables en varias de sus colonias. La Columna o Monumento a la Independencia se quedó sin “Ángel”, una de las naves del mercado de La Merced –que en esos momentos se construía- se desplomó y también alguno que otro cine.[1] Cerca de un centenar de casas e inmuebles de diversos tipos se colapsaron o resultaron seriamente afectados, entre ellos varios edificios del Instituto Politécnico Nacional y de forma por demás irónica su Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura (ESIA). A pesar del traumático suceso el sismo tuvo un número relativamente bajo de pérdidas humanas. Los daños materiales, por otro lado, fueron extensos lo que provocó la creación de normas de emergencia para diseño sísmico y la eventual expedición, en 1966, de un nuevo reglamento de construcciones para la ciudad.[2] Fuera de eso, poco se hizo en materia de mejoramiento de estructuras existentes, de planeación urbana para la prevención, o de búsqueda y enjuiciamiento de responsables. Las señales de que la ciudad corría un grave peligro si un terremoto similar o de mayor magnitud se repitiera, sin embargo, eran muchas y muy claras.

En este contexto resulta sorprendente que los arquitectos, ingenieros y constructores mexicanos hayan hecho pocas declaraciones o posicionamientos públicos al respecto fuera del ámbito académico o científico. Para esos años los arquitectos mexicanos nacidos a principios de ese siglo, aquellos que iniciaron y consolidaron el movimiento moderno en el país, contaban ya con un volumen considerable de obra construida. A pesar de que varios de sus edificios se colapsaron y otros tantos resultaron dañados, puede decirse que hubo un silencio generalizado entre ellos. De forma notable la revista Arquitectura-México, el órgano de difusión profesional más importante en el país, decidió no incluir ningún artículo o nota relativa al sismo en sus números inmediatamente posteriores. De hecho, la edición de septiembre de 1957 fue dedicada por entero a la recién inaugurada Unidad Habitacional Santa Fe de Mario Pani, uno de los complejos de vivienda de interés social más grandes diseñados por él, antes por supuesto de la construcción de la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco.

Una de las pocas, si no es que la única reflexión sobre el sismo hecha por algún arquitecto trabajando en México, fue la escrita por Max Cetto para la revista italiana Zodiac.[3] Publicado en francés bajo el título Lettre de Mexique, el artículo de Cetto sugería que independientemente de cualquier falla de cálculo o ejecución, gran parte de la responsabilidad recaía en “representantes bien conocidos de la arquitectura moderna” en el país. El arquitecto alemán enfocaba su crítica en la correlación entre la indiferencia de estos arquitectos a las condiciones del subsuelo de la ciudad, y el círculo de especulación inmobiliaria al que pertenecían y del cual se habían ampliamente beneficiado por años. Para ilustrar su artículo, Cetto incluía una foto del edificio colapsado de la ESIA sugiriendo con ello lo endémico de la situación.

Cuando veintiocho años más tarde -los días 19 y 20 de septiembre de 1985- dos terremotos derribaron una mayor cantidad de edificios –entre ellos conjuntos habitacionales y hospitales diseñados por aquella generación de arquitectos- y cobraron también un mucho mayor número de vidas humanas, la reacción del gremio ya no fue tanto de silencio como de defensa. Un artículo de la revista Impacto llevaba como título “Mario Pani, constructor de Tlatelolco, se lava las manos”, y en él el arquitecto consentido del Estado mexicano argumentaba tener la “conciencia tranquila” aunque sugería estar preparando su defensa legal en caso de cualquier eventualidad.[4] Por otro lado Pani también lamentaba el hecho de que “cuando un edificio se cae, al primero que quieren culpar es al arquitecto”.[5] De forma más agresiva, Enrique Yáñez, autor de gran parte de los edificios del Centro Médico Nacional, lugar donde hubo más víctimas que en cualquier otra parte de la ciudad, decía: “No creo que haya culpables […] mi labor es ajena a las consecuencias sísmicas. ¡Carajo!, yo no soy calculista”[6].

Es difícil establecer el grado de responsabilidad de estos y otros arquitectos ante la tragedia. Pero una cosa es deslindarse de responsabilidades específicas (cálculo, construcción, supervisión, administración o mantenimiento) y otra anticiparse a los hechos y negar todo tipo de responsabilidad –achacándola a otros o la naturaleza- sin reconocer que los arquitectos somos quienes establecemos el orden espacial y estructural de los edificios y somos por tanto los principales responsables de su comportamiento. El artículo que Cetto escribió después del sismo de 1957, al parecer nunca tuvo eco entre sus colegas, esto a pesar de que un mensaje muy similar apareció pocos años después en las páginas de su libro, Arquitectura moderna en México, una obra especialmente dirigida a ellos. En su artículo original, Cetto concluía de la siguiente forma:

“Por veinte años los arquitectos [mexicanos] se han aprovechado de un “boom” constructivo de forma ininterrumpida, y durante ese tiempo la población de la ciudad ha aumentado de uno a cuatro millones de habitantes. Creo que no hacemos un servicio profesional honesto si nos limitamos a ver la superficie, sin levantar la voz para alertar a la gente que, tarde o temprano, esta concentración aterradora de construcciones dispendiosas está destinada a colapsarse bajo el enorme peso resultante de una falta de equilibrio social y una ubicación geológica precaria.”


[1] Entre los más famosos se encontraba el Cine Encanto en la colonia San Rafael, obra de Francisco J. Serrano http://www.excelsior.com.mx/2012/03/23/comunidad/820814

[2] Para un registro confiable de los daños a los edificios y sus causas ver Vicente Orozco y Eduardo Reinoso “Revisión a 50 años de los daños ocasionados en la Ciudad de México por el sismo del 28 de julio de 1957 con ayuda de investigaciones recientes y sistemas de información geográfica,” Revista de Ingeniería Sísmica 76. (2007), 61-87. http://www.smis.org.mx/rsmis/n76/OrozcoReinoso_SMIS_final_no__76.pdf (Consultado el 17 de septiembre de 2015).

[3] Max Cetto, “Lettre de Mexique”, Zodiac 1 (Octubre de 1957), 206.

[4] Las dos primeras páginas de artículo están incluidas en Pablo Landa ed., Mario Pani: arquitetura en proceso (Monterrey: Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, 2014), 138-139.

[5] Citado en Nikito Nipogo (Raúl Prieto Rio de la Loza), Museo Nacional de Horrores (ciudad de México: Oceano, 1986), 20.

[6] Ibid. Sorprende el hecho de que en la monografía de Yáñez, su autor, el historiador Rafael López Rángel, no haga ninguna crítica a la obra de este arquitecto, a pesar de mencionar el sismo, y al contrario elogie su espíritu siempre “progresista y nacionalista”. Ver Rafael López Rangel, Enrique Yáñez en la cultura arquitectónica mexicana (ciudad de México: Limusa-UAM, 1989), 17-18.