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Espacios: Xochicalco, del cielo al infierno

Espacios: Xochicalco, del cielo al infierno

En el artículo publicado anteriormente en esta sección, donde se describe la zona arqueológica de La Quemada, Zacatecas, mencionaba ya la referencia al período Epiclásico del universo prehispánico que comprende entre el 600 y 800 de nuestra era. Es importante recordar que este período se caracteriza por la desaparición de las grandes ciudades hegemónicas del clásico, como Tajín, Teotihuacán, Monte Albán o Tikal y la diáspora de sus habitantes para generar nuevos asentamientos basados en ciudades más pequeñas, con tendencia a una estructura sociopolítica de corte militarizado. En el altiplano central, la ciudad más significativa tanto por su desarrollo cultural como por su alcance territorial en cuanto a influencia se refiere, será Xochicalco.

Mucho se ha narrado sobre el altísimo nivel de desarrollo de “La Casa de las Flores”, traducción más o menos literal de la palabra Xochicalco, aunque hoy se especula que este apelativo, recopilado por Sahagún de la tradición oral náhuatl, no fuera el nombre original de la ciudad y sí el de uno de sus edificios. Menos difundida, aunque presente en distintos artículos y en la breve monografía del museo de sitio, es la oscura historia de su abandono.

El conjunto arqueológico, hoy patrimonio de la humanidad, nos presenta una serie de estructuras bordeadas por fosos y restos de muralla, que componen contenciones de amplias plataformas terraplenadas entre los cerros de la Sierra Madre del Sur, en el actual Estado de Morelos, escarpados muros formando basamentos de templos piramidales, o plataformas de conjuntos habitacionales. 

Entre las distintas estructuras prismáticas, un juego de plazas y patios que van modificándose en escala y proporción, teje el espacio abierto de la ciudad. Entre los cerros, las murallas y fosos, y los muros escarpados, la ciudad cumplía cabalmente con la concepción de fortaleza y su estructura sociopolítica donde la cultura y la milicia no se consideran entes opuestos.

Así, las imponentes masas tectónicas combinan con exquisitos bajo relieves labrados por manos extraordinariamente hábiles comandadas por mentes creativas, y la rigidez del orden castrense se combina con la comprensión aritmética del cosmos que, reflejado en el observatorio, acude con precisión cada año, a iluminar el lúgubre espacio cavernoso sobre cuya bóveda se calcula un orificio hexagonal para que entre el sol y marque el momento del cénit. Tres juegos de pelota, cuya planta similar no habla de la gran diferencia espacial que exista entre cada uno, ya levantados sus parapetos, bordean al norte, sur y oriente la acrópolis ceremonial.

Un complejo sistema de drenaje sirve para cosechar agua de lluvia ya que allá, en la sierra, no hay ríos que corran pausadamente para saciar la sed de la Ciudad —en la sierra, el agua escurre por violentos torrentes hasta encontrar la menor pendiente del valle.

Las especulaciones que arroja la arqueología deducen que el desarrollo cultural es consecuencia de que aquí el refugio de aquellos migrados de las otrora grandes urbes del clásico combina una peculiar estructura de personajes de élite: Príncipes, nobles, guerreros, científicos, artistas y teólogos venidos de Teotihuacán, de la región Zapoteca o de la Maya. De ahí, su rápido ascenso hacia la dominación e influencia sobre un territorio que alcanzaba las costas del pacífico. Pero también, la misma arqueología nos avienta un final tempestuoso y violento. Restos que reflejan una agresiva arremetida contra templos y edificios de gobierno, contrastan contra un aparente desalojo tempestivo de las viviendas, y, sin embargo, no hay evidencia de lucha armada contra un gran ejército invasor ¿qué sucedió entonces en Xochicalco?

El gobierno y la mano dura militar privilegiaban a una minoría educada, que vivía cómodamente al amparo de la inexpugnable Ciudad, mientras que el grueso de la población campesina era excluido en la repartición del conocimiento y la riqueza generada en ella. Mientras los dioses convertidos en ciclos hídricos dieron bonanza al campo, la gente se conformaba, pero cuando éstos fallaron y el hambre, las enfermedades, y la consecuente muerte comenzaron a alimentarse de la población, ésta se reveló ante sus dioses y aquellos que acumulaban sus bendiciones, destruyendo a la aparentemente inexpugnable acrópolis, porque simple y sencillamente, sus bellos monumentos habían perdido su significación más básica: el bien colectivo.

A lo largo de la historia de la humanidad, se repiten miles de historias como ésta, en todos los territorios y en todas las civilizaciones. Porque al final debemos reconocernos como primates, que repetimos patrones de conducta una y otra vez, aprendiendo muy poco en cada vuelta de tuerca, y evolucionando lenta, muy lentamente en lo esencial. Sí, nuestras manos nos han permitido evolucionar el Tekné a niveles imposibles para otras especies, pero el Logos sigue siendo un punto de retención y manipulación de aquel que lo tiene para con aquellos que quieren alcanzarlo.

Hay mucho aún por transformar.

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