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Obras

Un bosque

Un bosque

Nombre del proyecto

  • Un bosque

Arquitectos

  • Aquiles Jarrín

Superficie

  • 112 m2

Ubicación

  • Quito, Ecuador

Fecha

  • 2020

 

La intervención fue realizada en un departamento moderno de los años 70, localizado en el Centro Histórico de Quito. Hace más de dos décadas el Centro Histórico se ha transformado en términos de habitación y lógicas de uso del espacio; inmerso en un proceso de desertificación residencial, que resulta en que varios predios construidos para vivienda se han convertido en bodegas y almacenes de comercio de todo tipo. En el Centro Histórico, con el pasar de los años ha relucido su vocación comercial, en desmérito de ser un lugar para vivienda y convivencia de la población quiteña.

El proyecto se desarrolla a partir de una investigación realizada con la familia (compuesta por una pareja, un hijo de 10 años y una perra de raza pequeña) que adquiere el inmueble. Se aplicó un conjunto de metodologías para comprender las necesidades y formas de habitar el espacio, avocando a la imaginación, la libertad de ocupar el espacio y las aspiraciones de lograr un hábitat amigable y cómodo para toda la familia. Algunos elementos que aparecieron en el proceso, se relacionaban con la importancia de generar espacios menos definidos, con formas de uso múltiples y subjetivos. También surgió la necesidad que el espacio social de la casa sea lo protagónico y que no existan divisiones muy fuertes entre lo social y lo privado. Ellos
buscaban un espacio más dinámico, que permita un constante redescubrimiento y apropiación del lugar. El hijo planteaba que quería sentirse parte de la casa en todo momento. También surgió la necesidad de una presencia fuerte de naturaleza en el interior.

Se identificaron tres elementos estructurantes para el desarrollo del proyecto: Luz: una entrada de aire luz en el interior del departamento. Materialidad y composición: la estructura de hormigón de una altura libre de 3 metros. Localización: un paisaje urbano muy seductor compuesto por una vista de la loma del panecillo, lugar icónico de la ciudad, enmarcado por fachadas republicanas. Estas condiciones, en conjunción con los resultados de la investigación, permitieron definir algunos objetivos que se buscaban
alcanzar con la intervención.

Primero, construir un exterior en el interior que permita introducir con mucha fuerza el elemento de la naturaleza, y generar una gran amplitud en el espacio social, aportando a que esta parte de la vivienda sea un corazón verde, mismo que pueda ser percibido y apreciado desde cualquier parte de la unidad. Para alcanzar esta misión, una de las primeras decisiones
que se tomaron fue demoler todas las paredes existentes, generando una nueva centralidad de luz.

La entrada de luz y aire, de 12 m2, se amplifico al no tener paredes y permitió introducir jardineras, en las que se sembraron enredaderas y plantas con hojas grandes; las paredes fueron reemplazadas por vanos de vidrio con accesos hacia el interior, reconfigurando el espacio y transformando algo que parecía un no-lugar en un patio verde, emisor de naturaleza y luminosidad.

Sin paredes, las columnas de la estructura de hormigón adquirieron una fuerte presencia, y promovieron a trabajar con este elemento como una unidad constitutiva del proyecto. El desafío fue ver como potenciar este elemento prexistente.  La solución se dio a partir de introducir una dimensión más poética a la manera de concebir el proyecto: se dejó de llamar columnas a las columnas para empezar a llamarlas troncos. Este gesto de metaforizar el espacio fue definitorio para todo el diseño y comprensión del proyecto, y así, surgió la idea de pensar que no estábamos en un espacio domesticado, como es un departamento con las características inicialmente descritas, para introducirnos en un mundo más salvaje y silvestre que es “un bosque”

Si las columnas eran árboles y el espacio un bosque, en este escenario solo podía aparecer otros árboles; algunos caídos, sobrepuestos, como suele suceder en la naturaleza. La sección de las columnas existentes de hormigón, era de 30 x 30 centímetros, con estas dimensiones se decidió generar nuevos elementos que las repliquen, y con ellos se generó una suerte de ejercicios lúdicos y experimentales. Se probaron muchas maneras de atravesar el espacio. Con estos nuevos troncos-vigas para jugar, el proceso de diseño se consolidó, se hicieron varias maquetas con diferentes posibilidades hasta encontrar una serie de relaciones que solucionen las necesidades de habitabilidad y por otro lado proponían una multiplicación de espacios en el interior. Al sobreponer “los troncos” se crearon nuevos niveles en el piso, teniendo alturas de 30 y 60 centímetros. Aconteció una topografía interior que se redibujaba constantemente.

La decisión fue lograr que estos elementos puedan dar solución a todas las necesidades del proyecto. Con las maquetas quedó claro el potencial que tenían para (re)definir el espacio y multiplicarlo, pero era necesario que este elemento se potencie en el uso cotidiano. Con estos troncos metálicos se logró desarrollar prácticamente todos los elementos del proyecto; los espacios de intimidad, como cuartos y baños, surgen de la sobre-posición de estos elementos que arman closets, y que funcionan al mismo tiempo como diferenciadores de espacio. No existen puertas, sino cortinas con imanes que cierran visualmente los espacios, invitando a nuevas lógicas del respeto y la intimidad entre los habitantes del bosque.

La brutalidad de los materiales presenta a la intervención en un estado de obra inconclusa o de ruina moderna, en tensión con pureza de las líneas y el acabado de los elementos de metal atravesando el espacio y, en conjunto con las plantas. Esta composición otorgó tanta fuerza a la interioridad del proyecto, que el hermoso paisaje urbano colonial que abraza la fachada, desde los grandes ventanales, se convertía en algo secundario por descubrir, y un nuevo momento en la experiencia de recorrer el departamento.

El proyecto “Un bosque”, es un mundo en constante descubrimiento. Las texturas, los niveles y los elementos, que flotan y atraviesan, invitan a reinventar las formas de uso y apropiación en el espacio. Las plantas no son decorativas, son habitantes de este lugar compartido y atemporal que propone una experiencia sensorial e imaginativa de vivir lo cotidiano.

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