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Hannah Arendt, la película

Hannah Arendt, la película

6 octubre, 2013
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria

Lo primero que recuerdo de Hannah Arendt es esa dicotomía que proponía entre el hombre que piensa y el que hace, con la que daba por hecho que ambas acciones no se dan simultáneamente. Casi una parodia del varón estereotipado en contraposición al multitasking femenino.

Ahora, con la película homónima dirigida por Margarethe von Trotta –directora y actriz consentida de Rainer Werner Fassbinder– resurgen inquietudes tremendamente provocadoras. La autora de Los orígenes del totalitarismo (1951) escribió después de haber asistido al juicio contra el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann en Jerusalem, Informe sobre la banalidad del mal (1963), sobre el que se centra esta historia. La cinta cubre cuatro años alrededor del juicio, sus relatos publicados en el New Yorker, las controversias generadas en el seno de la comunidad intelectual y académica a la que pertenecía y el rechazo de una sociedad que no entendía los matices de sus razonamientos. Arendt trató de comprender -que no es ni justificar ni perdonar-, siendo a su vez, mal comprendida y duramente atacada. Quizá las contradicciones de Martin Heidegger -quien fuera su maestro y amante muchos años antes, y que se alineó a la causa nazi- la hicieron indagar en la complejidad del pensamiento humano, para ver más allá del juicio a un asesino serial: un juicio a la humanidad en el mejor sentido socrático.

Arendt planteó que la deshumanización es condición previa y necesaria al Mal absoluto. Para que éste –el Mal, en mayúscula- exista se debe despersonalizar a asesinos y víctimas. Para Arendt, el mismo Eichmann no es un simple monstruo sino tan solo una pieza más del engranaje criminal que lo ha desposeído de su capacidad para discernir entre el bien y el mal. Y así se exime de cualquier responsabilidad o de culpa. No era un monstruo sino un tipo absolutamente mediocre que había estado obedeciendo ordenes. Además la filósofa relativiza –y ofende– al denunciar como algunos lideres judíos colaboraron con los nazis.

Arendt –parafraseando a Oriol Pi de Cabanyes– “piensa libremente sin concesiones a los apriorismos ni a los prejuicios, a lo políticamente correcto y los chantajes sentimentales. En su proceso de investigación para entender el Holocausto asevera que el Mal no es nunca radical como pensaba. Por que no radica en las raíces de la humanidad sino en su superficie, como un hongo que seca las hojas. No está en la esencia de la humanidad sino en lo que es circunstancial. La banalidad del mal proviene del mal de la banalidad. Es un desafío al pensamiento ya que éste trata de profundizar. Pero el mal no tiene profundidad. Solo el bien tiene profundidad y por tanto puede ser radical.”

Hannah Arendt analiza y critica al mismo tiempo. Piensa y actúa (a diferencia de Eichmann) ya que no puede se crítica sin conocimiento, especialmente pensando y actuando en un territorio tan sensible como el del Holocausto. En la filosofía, como en la ciencia, las verdades cambian. Observar es ver que hay de diferente entre cosas iguales, mientras que comprender –citando a Jorge Wagensberg– es ver lo común de lo distinto. La crítica y la observación son prácticas más complementarias que antagónicas. Y sin duda aplica a otras tantas disciplinas que, como la nuestra, se nutren de pensamiento y obra, de observación y comprensión, donde lo más estimulante son las paradojas y las contradicciones.

*Texto publicado en Arquine No.64 | Vivienda colectiva

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