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Superado por la modernidad: Olinka y el Doctor Atl

Superado por la modernidad: Olinka y el Doctor Atl

4 marzo, 2019
por Alfonso Fierro

De 1952 a su muerte en los tempranos años sesenta, el Doctor Atl luchó incansablemente por construir una ciudad para artistas, intelectuales y científicos que se llamaría Olinka. Olinka representaba para Atl la posibilidad de “reconcentrar” a las grandes mentes y los grandes espíritus artísticos de la época en un espacio urbano donde ellos pudieran trabajar lejos de una sociedad moderna que Atl veía como una era mediocre, utilitaria y vacía de significado. Olinka tendría museos, teatros, esculturas arqueológicas, un estadio construido en el cráter de La Caldera, edificios para investigaciones científicas y para la exploración del espacio exterior y un templo dedicado al hombre. En la proyección de Atl, de Olinka surgiría nada menos que una nueva civilización humana, una nueva era capaz de superar la modernidad. Para ello, Atl intentó construir Olinka en Chiapas, Jalisco, la sierra Santa Catarina, Tepoztlán y el Cerro de la Estrella, todo en vano. 

Olinka. La ciudad ideal del Dr. Atl (Colegio Nacional 2018) de Cuauhtémoc Medina constituye una rigurosa investigación de archivo en torno a Atl y su proyecto urbano, basado en lo que fue la tesis de licenciatura del autor. El libro ofrece un apéndice de textos del Archivo Atl de la Biblioteca Nacional y una sección de figuras con reproducciones de esquemas y obras, tanto de Atl como del arquitecto Jacobo Königsberg con el que Atl colaboró brevemente. El trabajo de Medina no sólo tiene la virtud de ordenar la historia de Olinka, desmitificando nociones y anécdotas promovidas por el propio artista, o de relacionarlo con otras obras del autor como su novela Un hombre más allá del universo (1935) o trabajos pictóricos como El hombre es una molécula con ojos en el engranaje de la mecánica cósmica. Sobre todo, Medina logra romper con el mito de Atl como un excéntrico y de Olinka como su “locura máxima”, tal como la calificó su biógrafo Antonio Luna Arroyo, para revelarnos en su lugar a un hombre que pese –o, más bien, por– sus contradicciones fue después de todo un artista moderno. Un desencantado de la modernidad, pero un moderno al fin.

Para permitirnos entender esto, Medina enmarca Olinka en torno a tres coordenadas. En primer lugar, señala el rechazo al positivismo de la generación del Ateneo de la Juventud hacia el final del Porfiriato, lo cual condujo a muchos intelectuales hacia filosofías vitalistas e idealistas, e incluso aproximó a muchos a la teosofía y otras escuelas espirituales u ocultistas. No es casualidad que otros intelectuales de la misma generación, como José Vasconcelos, siguieran un camino de desencanto parecido al que condujo a Atl al fascismo en los años 40. La segunda coordenada es la vanguardia temprana, específicamente el grupo Action d’Art en el que Atl participó en París de 1911 a 1913. Según analiza Medina, el propio Atl trató de situar aquí “los cimientos políticos y conceptuales de su polis artística” (37): Atl argumentaba que tuvo que abandonar la idea para venir a pelear en la revolución y no la retomó sino hasta los años 50. En efecto, uno podría ver detrás de esa ciudad hecha por y para artistas el gran sueño de la vanguardia de romper las fronteras entre el arte y la vida, convirtiendo la vida misma en una obra de arte total. Pero Medina además rastrea el programa específico de Action d’Art para demostrar lo mucho que las ideas del grupo moldearon la imagen de la ciudad de artistas: el grupo argumentaba que el artista moderno vivía atrapado en una modernidad mediocre, utilitaria y decadente; reclamaba por lo tanto la autonomía del creador respecto a cualquier atadura social. Atl mismo decía por estos años que el artista actual no era más que “un empleado modesto” (43) en una compañía que explotaba su talento. De ahí que tuviera sentido la noción de una ciudad creada y gobernada por artistas –que Atl empieza a llamar “la artistocracia”–, construida por y desde la belleza estética, como una posible salida a la mediocridad moderna. 

Cuando Atl retoma estas ideas en los años 50, sin embargo, vuelve a ellas luego de haberse acercado al fascismo, que es la tercera coordenada planteada por Medina. En efecto, tanto en su rechazo de la sociedad moderna como en su culto a la tierra, a la superioridad intrínseca de un grupo social, al espíritu y a lo monumental pueden verse en Olinka varios ecos del fascismo. Uno podría incluso relacionar aspectos de Olinka con un pensamiento arquitectónico como el de Martin Heidegger, que celebraba la cabaña rural anclada a la tierra en contraposición al edificio moderno, replicable y serial de la modernidad. La búsqueda relatada por Medina de encontrarle a Olinka un sitio que tuviera resonancias telúricas –cráteres, lagunas, sierras– puede verse desde aquí, por no mencionar las esculturas prehispánicas que Atl quería desperdigar por toda la ciudad. Lo mismo podría decirse de la arquitectura apenas vislumbrada por Atl e incluso la función de algunos edificios, como el Templo al Hombre, que según Atl generaría “una nueva espiritualidad” (115). A partir de notas y esquemas, Medina relata que este templo “tendría un aspecto muy parecido al de un volcán en plena actividad” (101). Su arquitectura de contrafuertes, simbolismos y piedra sería todo lo contrario al funcionalismo, que en un texto de Arquitectura México Atl llamó una forma “de hacer las cosas más aprisa y ganar más dinero” (194). En su interior, Atl se imaginaba una serie de murales que narraran el “ascenso” espiritual del hombre. El programa mismo de Olinka apunta también en este sentido, en particular la importancia que Atl le da a la exploración y conquista del espacio exterior como aquello que conduciría al hombre a una nueva era. Parafraseando a Reinhold Martin, la pregunta por cómo habitar el espacio exterior siempre es de alguna u otra forma la pregunta de cómo habitar la Tierra, y es esto a lo que Atl le buscaba una respuesta urgente. 

Como toda buena investigación de archivo, el libro de Medina abre nuevos rumbos de investigación e invita a adentrarse al proyecto desde distintos ángulos. Por mencionar tres posibles caminos, uno podría pensar Olinka en relación a Ciudad Universitaria, que Medina menciona de paso un par de veces: dos “ciudades del saber” más o menos contemporáneas, en apariencia opuestas –una funcionalista, la otra no; una con el objetivo de crear una clase profesional moderna, la otra desencantada de la modernidad; una construida, la otra no–, pero que sin embargo coinciden en ambas estar enraizadas en la piedra volcánica y su simbología nacionalista. Desde otro ángulo, uno podría contrastar Olinka con otras búsquedas arquitectónicas del medio siglo que de alguna u otra manera constituyeron respuestas espirituales a la modernidad: el Juan O’Gorman del Anahuacalli o la casa-estudio de San Jerónimo que ha rechazado su funcionalismo temprano, o el Barragán maduro y su culto al silencio y la reclusión, por ejemplo. Finalmente, uno podría pensar que lo que no aparece en el diseño de Atl es tan interesante como lo que sí aparece. Es decir ¿quién atendería Olinka? ¿Quiénes son esas personas que alimentarían a científicos y artistas, que limpiarían los baños y barrerían las calles mientras los otros “reconcentraban” la cultura y el arte para superar la modernidad? Más allá de un par de menciones a la “servidumbre”, a Atl esto ni le pasó por la cabeza y está fuera de toda contemplación, esquema, plan o boceto, una verdadera “parte sin parte” de la polis en el sentido de Rancière. Entre otras cosas, esto quizá permitiría relacionar Olinka con la tipología urbana del fraccionamiento –el Pedregal de Barragán, por ejemplo–, que empieza a surgir en esta época tal como el propio Medina adelanta. En su aislamiento exclusivo, en su diseño para el automóvil, en los cuartos de servicio ocultos, pequeños y escondidos, también estos fraccionamientos olvidaron o procuraron ocultar a quienes de hecho trabajaban en las casas. 

En cualquier caso, futuras investigaciones tendrían que partir de la mirada que Medina ofrece de Atl no como excéntrico sino en todo caso como paradigmático de la modernidad mexicana, o por lo menos de una de las formas como los artistas reaccionaron ante las turbulencias históricas, políticas y culturales de la primera mitad del siglo XX en México. Tomando la frase que Harry Harootunian le da a su estudio del fascismo japonés (Overcome by Modernity), pese a su intento de escapar, la historia del fracaso de Atl que Medina cuenta en Olinka es la historia de un artista moderno superado por la modernidad.


Referencias: 

Medina, Cuauhtémoc. Olinka. La ciudad ideal del Dr. Atl. México: El Colegio Nacional, 2018. 

Murillo, Gerardo (Doctor Atl). “El doctor Atl dice…”. Arquitectura México, 44 (1953): 194. 

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