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Sobre la moda moderna: el «estilo» según Adolf Loos

Sobre la moda moderna: el «estilo» según Adolf Loos

19 julio, 2017
por Carolina Haaz

Hace cien años Adolf Loos escribió: «Dios nos libre de que los arquitectos quieran diseñar zapatos». El arquitecto austriaco se refiere burlonamente, como lo hizo tantas veces, a los colegas de disciplina que bajo título de modernos, o desde el Art Decó, saciaban de ornamento su sed de renovación. La historia sonríe: en 2015, los célebres Zaha Hadid y Fernando Romero diseñaron, cada quién, un par de zapatos impresos en 3D para la marca United Nude, en una sección de la Semana de Diseño de Milán llamada Re-inventing Shoes. Las arquitecturas de calzado resultaron como algo que Lady Gaga usaría con gusto, sólo para ilustrar el hipotético desagrado que en ellos Loos habría encontrado. Al fin, era un hombre de principios que rechazó cualquier clase de obsesión por la reinvención sin un balance inclinado por la función. Él mismo, en uno de sus escritos sobre moda, mencionó: «Durante 20 años he conservado un par de zapatos y aún están a la moda».

Para Loos, “moda” significaba el estilo del presente. «Cien años después de una época», escribió en 1919 para el periódico austriaco Neues 8-Uhr Blatt, «a la moda de un período se le denomina estilo, sin importar si uno está hablando sobre sombreros femeninos o catedrales». Para el autor de Ornamento y delito (1908), éste es un término que no se puede reemplazar con el de la vestimenta sino que se equipara con las estéticas de un determinado momento histórico y la cultura que albergan sus objetos. En el mismo enunciado dejó ver la relación que para él había entre moda y arquitectura, una conexión que también se extiende en otras manifestaciones creativas.

El infatigable polemista detectó entonces al enemigo del buen vestir, al dandi en todas sus ramificaciones para quien las prendas tenían un solo propósito: sobresalir entre la multitud. A inicios del siglo XX la mayoría residían en Alemania, afirmó Loos. ¿Pero quiénes eran? «Nunca un dandi admitirá que lo es. Un dandi siempre está haciendo gracia de sus iguales y, bajo la pretensión de deshacerse del dandismo, continuará cometiendo nuevos dandismos». Entre los tantos nombres que integraban la cruzada contra el estilo de la modernidad, Loos apuntó a Karl Wilhelm Deifenbach —pintor, representante independiente del Art Decó y el simbolismo, además de pionero del nudismo y reformista social—, a Gustav Jäger —naturalista y enemigo de fibras vegetales como el algodón— o a los «poetastros “modernos”» de la época, pasando por los hijos «consentidos» de los hombres acaudalados de Viena. Pero el sentido de la moda del dandi «no es moderno», afirmó. «El dandi usa lo que aquellos que lo rodean piensan que es moderno».

¿Y qué sí era una vestimenta moderna? Para Adolf Loos, vestir correctamente equivalía inmediatamente al acto de encarnar el espíritu de modernidad. «Un artículo para vestir es moderno cuando es posible usarlo en el propio ambiente cultural, en cierta ocasión, dentro de la mejor sociedad [occidental] y que éste no atraiga ninguna atención no deseada».

Vestir incorrectamente o, lo que para él era lo mismo, hacerlo en contra de los valores de la modernidad, equivalía a la resignación total de los tiempos que corrían. Tal era el caso de los artistas de la época que «expresaron su individualidad en trajes satinados» o aquellos ciudadanos que recuperaban sus tradiciones al usar indumentaria folclórica. ¿No valdría algo la pasión y la resistencia que implicaba lo último? Para el austriaco admirador del estilo de Inglaterra, éste era «un signo de […] haber perdido la esperanza de cambiar su situación. El vestido folclórico personifica la resignación», escribió en “Underwear/Undergarments” (Ca. 1898).

Las ideas de Loos sobre moda reflejan con precisión sus reflexiones trascendentales sobre arquitectura e interiorismo, precisamente porque la «moda» era bajo sus términos lo mismo que decir “estilo”, categoría que albergaba a otras manifestaciones creativas. Su obra finalizada en 1903, Villa Karma, un chalet en Montreux, mostraba ya influencias de la arquitectura de Otto Wagner, delineado por volúmenes precisos y materiales seleccionados por su funcionalidad. Estos mismos atributos constituían para él los principios de la vestimenta. En “Dress Principals”, incluido en el volúmen Why a Man Should be Well-Dressed (Metroverlag, 2011), pronuncia una oda al segundo aspecto, donde explicó que cada material tiene su particular forma de lenguaje y no hay alguno que pueda sustituir a la forma de otro. «La vestimenta», añadió, después de todo «es la forma más antigua de construcción». Cosa curiosa es esta rama del estilo: a veces sirve de protección, otras como medida higiénica, mientras que a veces pretende lograr cierto efecto óptico, «como la pintura sobre una estatua o el revestimiento de una madera». La buena moda, como la buena arquitectura, para Loos, compartieron la virtud de la gran discreción. ¿Alguna vez habremos sido modernos?

En un apartado dedicado a la moda femenina, el arquitecto apuntó incisivamente que hasta entonces, ésta representaba uno de los episodios más terribles de la historia de la cultura. Loos observó que la mujer era «forzada» a usar su vestimenta para apelar a la sensualidad masculina, aunque de manera inconsciente, y el único responsable de ello era el tiempo mismo que se vivía. Luego de condenar las tácticas para forzar la sensualidad de las curvas femeninas, señala su propia utopía: una en la que las mujeres «no tengan que usar su sensualidad para adquirir el mismo estatus que los hombres, sino que sean capaces de alcanzar la independencia intelectual y económica, desde su propio trabajo». Algún día, escribió, «listones, satines, moños y pelucas perderán su atractivo y desaparecerán para bien».

Algunos autores, como señala Janet Stewart en Fashioning Viena… (Routledge, 2000), han hecho anotaciones sobre su tono «burgués, racional y masculino» presente en su trabajo de crítica cultural. Sus ideas no correspondían a la realidad de la época. Sin embargo, su crítica de los estilos en la moda y la arquitectura representaba un reclamo —más bien petulante, pero apasionado— del espacio en el mundo contemporáneo que sería más agradable para el individuo moderno. Su fórmula, ya se sabe, estaba en diseñar casas sobre líneas rectas, estrictamente funcionales, y promover una moda que vistiera a individuos cuya identidad hablara por sí misma: un uniforme para la modernidad.






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