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Revisión de ficciones

Revisión de ficciones

13 abril, 2018
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy

En las páginas de Arquitectura del fracaso (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2017) dedicadas a los hitos del urbanismo y la arquitectura moderna en México, tales como la Torre Latinoamericana y el Sistema de Transporte Colectivo Metro, Georgina Cebey establece, sostenidamente, que la influencia del Estado priísta fue positiva no sólo en la práctica arquitectónica de una época, sino también sobre las ideas que se tuvieron sobre el progreso modernizador. La autora, antes de delatar la ficción que residió en esos discursos, los de la conformación de la democracia posrevolucionaria y el subsecuente desarrollismo económico, observa en ellos lo que tuvieron de verdad, procedimiento por el cual identificamos en Cebey a una historiadora rigurosa.

Aproximarse al pasado y a sus múltiples documentos, en este caso al edificio, es ejecutar una medición de realidades políticas y afectos ciudadanos cuya caducidad no los vuelve menos objetivos. Al margen de las estructuras físicas que Cebey revisa, aparecen como hechos comprobables lo que estas encarnaron: la novedad, un signo irrefutable de bonanza, la evidencia de que México, al tiempo de solidificar su identidad patria, estaba ingresando a las dinámicas urbanas y económicas de regiones como Washington y Nueva York. Un rascacielos en la capital representó la primera oportunidad de muchos, si no es que la única, de mirar el paisaje desde el cielo, ya que varios no tenían los recursos para viajar en avión, mientras que una alternativa subterránea de movilidad era el encuentro de los mexicanos con la velocidad así como una razón para enraizarse en su pasado prehispánico. Las excavaciones del Metro fueron la razón de ciertos descubrimientos arqueológicos que terminaron acelerando la institucionalización del indigenismo, ya iniciada por el Museo Nacional de Antropología e Historia.

Este cruce entre edificios, procedimientos burocráticos con los que el gobierno consolidó sus ficciones y las ansiedades que fueron generándose en la sociedad todavía es tangible en el México contemporáneo. En el texto “El Museo de Arte Moderno, una caja de cristal” se lee un dato cuya vigencia persiste. Cebey nos dice que el MAM, estructuralmente, mantiene un diálogo con la revolución que el cristal representó para la arquitectura. La transparencia y la ligereza fueron también motivos de otros proyectos museísticos, como el Museo Guggenheim de Frank Lloyd Wright o la Galería de Berlín, de Mies van der Rohe. La ironía es que el programa curatorial con que inició era totalmente tradicionalista. Tanto, que no se contempló una bodega en la que se albergara arte moderno porque, de hecho, al Estado nada le interesaba menos que el arte moderno. Cebey comenta: “A unos días de ser inaugurado, el acervo del museo era apenas una idea amorfa, incapaz de dar identidad o definir al recinto. Esto se debía, en buena medida, a la falta de una política de adquisición de patrimonio moderno por parte del INBA, para quien el arte era, ante todo, una estrategia de difusión de un discurso hegemónico”. Entre exposiciones que aseguran las filas de asistentes pero no la estimulación de un programa que estimule el pensamiento crítico en el espectador, el INBA, actualmente, recibe denuncias por el incumplimiento de pagos y la precarización del trabajo en la cultura.

Si bien Arquitectura del fracaso dialoga con una tradición de cronistas conformada por Carlos Monsiváis, Juan Villoro, Elena Poniatowska y Héctor de Mauleón, podemos decir que Cebey no se comporta como una turista de la modernidad, como una apologista del milagro mexicano. Arquitectura del fracaso se trata de una revisión ideológica de un conjunto de obras que abrieron una serie de procesos económicos y políticos cuyas encarnaciones arquitectónicas terminaron siendo los traumas de la historia. La crítica de Cebey está enunciada desde un momento temporal muy específico, el de la guerra contra el narcotráfico, la especulación inmobiliaria y el neoliberalismo. A partir de su comentario del Museo de Arte Moderno, aparece la ciudad que comienza a definir el presente tanto de su escritura como de la realidad actual de los capitalinos. Se trata de la ciudad en la que las ruinas de la modernidad son más evidentes, como sucede con Insurgentes 300, más conocido como el Edificio Canadá. Esta estructura se inserta en un orden simbólico que atañe más a las transformaciones de la ciudad que comenzaron a obedecer al cruce entre capitales públicos y privados. Insurgentes 300 es una especulación cuya novedad fue la de proponer que su regulación no recaería en un solo dueño, sino en 420 de estos. Proponiendo una dilución entre vivienda, comercio y despachos jurídicos, el edificio tuvo una etapa de estabilidad hasta el terremoto de 1985, año en el que comenzó a carcomerse. El laberinto jurídico de haber involucrado a 420 propietarios fue uno de los causantes. También, la indeterminación de sus funciones (la diversidad de los ocupantes terminó provocando que el edificio fuera un mero generador de conflictos, una nada). Cebey también atiende el Memorial a las Víctimas de la Violencia, un objeto a cargo del despacho Gaeta-Springall. Para la autora, resulta significativo que un memorial se haya levantado en un terreno dado por Felipe Calderón, el iniciador de una guerra cuyas víctimas aún no han sido nombradas, ni siquiera en la superficie de una obra que pretende recordarlos. Más que un memorial, nos dice Cebey, se trata de un monumento con el que el mismo gobierno cierra sus responsabilidades ante los cuerpos que no están. Sus nombres, bajo la lógica federal (y de los autores) continúan siendo anónimos. La memoria demanda justicia, el monumento narra los logros de la gestión en turno. “El memorial sigue en pie, sin embargo, es difícil ver gente recorriéndolo. Los únicos sujetos que están ahí son los militares que lo cuidan. La imagen es elocuente. Lejos de considerar el memorial de Gaeta-Springall como una derrota, habría que reconocer que al menos logra expresar con contundencia espacial  el fracaso del sexenio calderonista”, remata Cebey.

 

Adenda. 

Arquitectura del fracaso es un título que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2017, convocado por la Secretaría de Cultura, el programa Cultural Tierra Adentro y la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Las primeras dos instituciones se encargaron de la formación editorial, así como de la publicación y la distribución, mientras que la UABJO debía pagar el premio. El 9 de abril, Georgina Cebey reportó desde su cuenta de Twitter que la universidad, tras muchas excusas de su burocracia, no le había depositado el monto del premio a un año de recibir el galardón. Cebey intentó comunicarse con el rector Eduardo Bautista, quien nunca respondió las llamadas. Días después la universidad pagó la cantidad correspondiente  (70,000 pesos). Conviene volver a la revisión de las ficciones modernas de Cebey y compararlas con la actual circunstancia de ella y de los trabajadores de la cultura. Después de la contundencia salinista que impulsó el Centro Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Bellas Artes, la queja, más no la legalidad, es el único respaldo para quienes construyen conocimiento.  

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