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Microestructuras culturales

Microestructuras culturales

13 abril, 2015
por Isaac Torres | Twitter: isaac_chato

El Estado mexicano ha guardado la tradición desde hace varias décadas de entregar al final de los sexenios una obra de infraestructura cultural de grandes proporciones bajo la premisa de ofrecer al pueblo uno de los derechos fundamentales: el acceso a la cultura.

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Fue así que Miguel de la Madrid construyó el Museo del Templo Mayor y amplió los trabajos de excavación arqueológica en dicha zona, además de incluir al Centro Histórico y a nueve zonas más dentro de los sitios reconocidos por la UNESCO. Carlos Salinas de Gortari creó el CONACULTA y con este el mega proyecto del CENART con su pretendido catálogo de arquitectura mexicana contemporánea disfuncional. Ernesto Zedillo a su vez entregó la rehabilitación del MUNAL a medias, la cual continuó después de su mandato.

Vicente Fox y Felipe Calderón decidieron inclinarse por los libros como parte de su campaña por el país de lectores. El primero edificó el elefante blanco con goteras conocido como Biblioteca Vasconcelos y el segundo la rehabilitación de la antigua Biblioteca México ahora conocida como la Ciudad de los Libros, con los acervos bibliotecarios de algunos de los más importantes partícipes de la cultura literaria del siglo XX. Además emprendió un remozamiento integral del Palacio de Bellas Artes y engrosó los presupuestos del FONCA para mantener ocupados a los artistas durante la guerra contra el Narco. También dio banderazo de salida a los trabajos de la interestelar Cineteca Nacional.

El gobierno en turno aún no decide que heredar al pueblo en materia de cultura. Es probable que lo decida de último momento y lo construya con el material sobrante del nuevo Aeropuerto y un dudoso contrato y que lo entregue a la mitad y sin un programa definido ni un presupuesto asignado para operarlo como debe ser. Y es que quizá ya no hay presupuesto para eso, o incluso quizá ya no es necesario construir más. Por que ya hay demasiado construido y demasiado operando a medias. Y la cultura finalmente es también un modelo de consumo que no tiene los suficientes clientes o en si la suficiente cultura para consumir cultura, o quizá los suficientes mercadólogos que la pongan en operación para convertirse en una verdadera industria y no en un subsidio eterno.

Pero más allá de las grandes infraestructuras culturales que aparecen en todas las ciudades como monstruos del concreto y el verde Comex, están todos esos esfuerzos ciudadanos, –civiles o microempresariales– que construyen modelos culturales e iniciativas comunitarias o participativas dando vida a un impresionante movimiento cultural que no cesa, promovido por artistas, gestores, entrepreneurs, CEO’s, agentes de cambio, herederos de tradiciones y guerreros de la resistencia. A esos agentes los llamaré –como un elemento de diferenciación, no de categorización– microestructuras culturales, entendiendo que la infraestructura cultural (la mesiánica o megalomaniaca) pertenece al Estado o a la corporación, y la microestructura a un sistema orgánico que le da vida a la cultura desde el nivel del suelo.

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Las microestructuras culturales han estado presentes siempre. Se trata de iniciativas que intentan ser un contrapeso a la cultura manejada desde el Estado. Son también espacios de resistencia (como los Talleres de la Gráfica Popular, el Taller de Arte e Ideología de Siqueiros, o el Foro Cultural de Tepito comandado por Luis Arévalo), espacios que promueven la economía y la mercantilización del arte (como las galerías surgidas a lo largo del corredor urbano Zona Rosa – Condesa – Roma – San Rafael durante las últimas 4 décadas) o simplemente iniciativas creativas y de vanguardia que intentan promover el arte (como la Panadería, Temístocles o la Quiñonera).

Sería interesante generar un mapeo de la manera en que todas estas microestructuras aparecen a lo largo de las ciudades, en particular de la Zona Metropolitana del Valle de México y la forma en que estas varían de acuerdo al espacio en el que surgen; las características particulares de cada una de ellas y como responden a las necesidades particulares tanto de una época como de un sector y el porqué unas funcionan mejor que otras, porqué prevalecen y porqué desaparecen.

En la colonia Roma durante los últimos 5 años ha habido un despliegue brutal de industrias culturales al más puro estilo Cultural Class de Richard Florida. Un espacio con una larga tradición de galerías, cafés y vida cultural ha respondido de manera casi perfecta a este fenómeno. Hemos presenciado la transformación de este espacio urbano y como su despliegue se ha derramado hacia colonias vecinas como la Juárez, la San Rafael y la Doctores.

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A mí en particular me ha tocado ser participe, constructor y promotor de un espacio que se ha sumado a esta corriente de iniciativas independientes, autogestivas y propositivas, a través de la coordinación de Centro ADM, un centro de producción, enseñanza y difusión de las artes visuales, los nuevos medios y la cultura contemporánea. Ha sido difícil hacer crecer la iniciativa, de la misma manera que es difícil hace crecer cualquier otro tipo de proyecto, llámese taquería, boutique o despacho de diseño.

A lo largo de 5 años el proyecto ha alcanzado objetivos que no se esperaban tan a corto plazo, y eso ha sido a raíz de la respuesta del público y su incesante búsqueda de ofertas educativas y culturales. Me sirve perfecto el ejemplo para poder decir que en un país con una verdadera infraestructura y un sistema cultural tan establecido, existen las posibilidades de emprender iniciativas que desde el nivel del suelo hagan crecer proyectos de este tipo, basados en una lógica simple: proyectar, generar, ofrecer, incentivar, emplear y producir.

Más allá del concreto, del Plan Sexenal, los presupuestos y las justificaciones, la infraestructura cultural debe detener su expansión y observar hacia dentro, para mirar todo lo que ya existe y quizá intervenir de manera más puntual –al más puro estilo de la acupuntura– en todos esos resquicios, elefantes blancos e inmuebles en abandono que pueden resarcir o generar nuevas fuentes de conocimiento.

 

¿Tienes idea de cuantas Casas de la Cultura existen en la ciudad de México? Aproximadamente una por cada colonia. ¿Crees que ese modelo es exitoso? Yo lo dudo mucho.

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