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Las grietas de las artes

Las grietas de las artes

27 enero, 2012
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria

Las historias de grietas y goteras que han dado pie para desacreditar y, eventualmente destruir, notables obras de arquitectura podrían llenar bibliotecas enteras. Recientemente la Escuela de Artes de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, proyectada por Mauricio Rocha, ha sido la protagonista de una intensa polémica y desde sus grietas han emergido todo tipo de reacciones.

Una cronología fiel permite partir de las grietas que efectivamente aparecieron en los muros de tierra compactada que componen las paredes de la Escuela de Artes. Estos muros anchos y ciegos conforman la planta mandálica de un centro injertado en el cráter de tierra que lo aísla del contexto anodino de la universidad y de las ruidosas avenidas de la periferia oaxaqueña. Estos muros definen el damero que libera patios y calles. Estos muros también, pretendían ser “la expresión del material, a medio camino entre el rescate de técnicas autóctonas y el experimento, mostrando el paso del tiempo”.

Pero el uso de dos tecnologías dispares e incompatibles como son los muros de tierra compactada y la estructura de concreto necesaria para soportar las losas, causó unas grietas verticales tan predecibles como espectaculares. El resultado del edificio y de la propuesta arquitectónica está fuera de discusión: elogiado desde estas páginas, premiado con todos los galardones posibles, el proyecto de Mauricio Rocha tiene, ya hoy, valor patrimonial y cultural.

Pero las grietas alarmaron a las autoridades de la universidad y a buena parte de los alumnos, no sin razón. Y la necesidad por analizar y proponer soluciones pasó a ser un tema urgente. Y de la urgencia a la prepotencia, con una buena dosis de despotismo (poco) ilustrado, convirtió un problema constructivo en otro mucho mayor de orden deontológico. Así el Rector, que dice ser arquitecto, mandó derrumbar los muros del Aula Magna, por ser los más dañados y los que están sobre una losa de concreto, contradiciendo la lógica inicial que levantaba la tierra compactada desde el piso.

Ante tal torpe iniciativa, el autor de la obra reaccionó a tiempo y prendió la mecha gremial uniéndonos a todos en la defensa de la obra premiada, en el respeto a la autoria y en la denuncia de la incompetencia de la autoridad universitaria. El Colegio de Arquitectos actuó con eficacia exigiendo la suspensión inmediata de la demolición y su modificación. Hoy, tras un acuerdo entre las partes, se están demoliendo los muros del Aula Magna que flota en el centro de la Escuela de Artes, con la intención de construirlos de nuevo. Así se preservará la integridad formal del proyecto original reparando grietas con cirugía estética mayor. El honor y los derechos del autor están a salvo. Y tras estas reparaciones esperemos que este gran creador pueda regresar a los usuarios los espacios de trabajo que imaginó. Pero queda la duda.

Y cabe cuestionar si no habría sido la ocasión para ofrecer “otra” solución que preservara los conceptos arquitectónicos con soluciones constructivas adecuadas, ya que Mauricio Rocha –como escribí en su monografía- “no está interesado en la arquitectura-imagen, sino en el espacio como contenedor de emociones. Entiende la arquitectura como una experiencia, un diálogo entre lo existente y lo nuevo. Quita, recorta, excava, para revelar la carga subyacente, la densidad implícita, para interactuar tanto con los potenciales de los lugares como con sus preexistencias. Para construir un contexto sobre el que erigir su obra. Arquitectura pura y dura. Sofisticada pero esencial, que parte de lo corriente, de lo cotidiano, para crear lo extraordinario”.


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