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La modernidad truncada (2)

La modernidad truncada (2)

30 noviembre, 2018
por Ernesto Betancourt

En el proceso detrás de la Terminal Aérea se planifican una y otra vez sus concesiones, sus agencias y sus instalaciones a partir de montañas de información.

Robert Smithson. (1)

La Ciudad es la sede del Estado y del mercado. Esta es, me parece, la definición más clara de lo que son las ciudades, no necesariamente de lo que se piense que deberían o podrían ser. O, si se quiere, digamos que estas funcionan como la sede del Estado y del mercado. Así ha sido desde su nacimiento y a pesar de la diversa morfología que han adoptado en distintas épocas. La presencia e interacción entre estas dos fuerzas ha modelado y conformado el uso y la forma de la metrópoli. El balance y equilibrio entre ambas, la pugna o el predominio de la una sobre la otra, el influjo que ejerce uno u otro definen la naturaleza, configuración y destino de las ciudades y sus usuarios.

En la primera entrega de este artículo hacía referencia al encabezado del NY Daily News del 30 de Octubre del 75, citando al entonces presidente de los Estados Unidos, Gerald Ford, quien pretendía desentenderse de la crisis fiscal más severa que sufría Nueva York desde el crack de la bolsa en 1929. La ciudad que vemos en filmes como Taxi Driver, Carlito´s Way, Serpico o The Warriors es una ciudad producto de aquella crisis: vandalismo, delincuencia, grafiti, paro y prostitución circulando en muchas de las calles de la Gran Manzana. 

¿Qué provocó la bancarrota fiscal que desató la decadencia urbana? Lo mismo que casi todas: gastar más de lo que se tiene. Hacía 1975 los gastos totales de la ciudad de NY llegaron a 12.8 mil millones de dólares, mientras que sus ingresos rozaban los 10.9 mil millones, es decir un déficit de 2 mil millones. La baja en los servicios y calidad de vida alcanzó a muchos grupos y zonas de la ciudad. En muchos sectores las rentas para la vivienda estaban congeladas y nadie quería invertir para crear nueva o mejorarlas provocando desabasto y deterioro, las grandes empresas corporativas salieron de la ciudad reduciendo abruptamente la recaudación fiscal que aportaban y el indice de empleo, la suburbanización de pobres y de ricos hizo que la carga fiscal por el sobrecosto de hacer y rehabilitar más y más extensas autopistas fuese mucho mayor, igualmente subsidiar trayectos cada vez más largos de transporte público se volvió insostenible, la pauperización de barrios fue terreno fértil para la delincuencia y la violencia urbana encareció el costo de la seguridad, así como muchos otros hoyos fiscales.(2) Todo esto aunado a la crisis por el embargo petrolero de la OPEP que hundió a muchas economías —México entre ellas—, se tradujo en una estrepitosa caída en la recaudación fiscal de 1973 a 1978, y en un muy alto gasto corriente para asistencia social que la empobrecida población —principalmente de afroamericanos y latinos— demandaba. Esta  situación dejó a la ciudad literalmente al borde de caer muerta: “NYC: drop dead”. Luego parece que Ford no dijo exactamente eso, aun así, tardó mucho en reaccionar ante la bancarrota que produjo huelgas, apagones, suciedad y violencia generalizada, requiriendo un auxilio federal de mas de 5 mil millones de dólares, sin ello no se podía hacer frente al pago del personal de limpieza, seguridad, salud o servicios, era eso o Nueva York se paralizaba.

En la Ciudad de México congelar permisos de construcción en toda la ciudad, el anuncio de la cancelación de los polígonos de actuación, la normatividad obsoleta y monolítica que nos rige y que los gobiernos se niegan a actualizar, la demagogia populista en torno a muchas demandas de grupos de poder y clientelares, entre otras varias señales que están enviando los gobiernos federal y local electos y las nuevas alcaldías de la Ciudad de México amenazan con sumir a la ciudad en una espiral deficitaria y de decadencia similar a la de Nueva York de los años 70 —con una agravante: Nueva York no tenia en ese momento el rezago en infraestructura y equipamiento que hoy sí se tiene en la Ciudad de México.  Nada más hay que andar por casi cualquier banqueta, sentir todos los baches en las vialidades, ver la cantidad de gente sin casa que duerme todos los días en la calle, ver el indice de violencia interurbana, constatar el estado en el que se encuentran las estaciones y los vagones del metro, los sueldos de la policía, de los trabajadores de limpia, la cantidad de gente vendiendo o pidiendo dinero en la calle, las horas que invierten la mayoría de trabajadores de la ciudad en transporte público de mala calidad, para corroborar el estado en el que se encuentra la ciudad.

La Ciudad de México posee ingresos por aproximadamente 225 mil millones de pesos,  52% de esos ingresos —$117 mil millones— provienen de dinero local auto-generado: impuesto sobre nómina, predial, aprovechamientos, impuesto sobre adquisición de inmuebles, o pagos por servicios y derechos, el restante 48% proviene de la Federación. 

Se estima que del monto total local —aproximadamente un 40%— son recursos asociados a la construcción y el desarrollo inmobiliario, es decir, alrededor de $46.8 mil millones de pesos únicamente por aprovechamientos ligados directamente al desarrollo ingresaron en 2017: $13 mil millones de pesos, casi la totalidad del presupuesto 2017 para el rubro de Equidad y Desarrollo Social de la ciudad (3)

¿Estará dispuesto el gobierno electo de la Ciudad de México a abrir un boquete de ese tamaño en las finanzas públicas? Solo por la cancelación de polígonos de actuación y permisos de construcción, la ciudad puede dejar de percibir cerca de 70 mil millones de pesos en el sexenio que inicia. ¿Cuantas viviendas, parques, hospitales pueden construirse con esa cantidad? (7 millones de m2) O peor aun, ¿qué programas sociales dejarán de recibir apoyo: mujeres, ancianos, salud? ¿Qué repercusión puede tener en la operación del metro, del suministro de agua, en seguridad pública? Servicios ya de por si todos muy deteriorados. Todo ello sin considerar los efectos colaterales en perdidas de empleo directo e indirecto.

Solo la anunciada descentralización del sector público dejaría vacantes más de 100,000 m2 de oficinas que hoy producen contribuciones y afectarían a comercio ambulante y  fijo, servicios directos e indirectos. La cancelación del NAIM dejó a cerca de 40,000 personas sin empleo y una deuda de más de 10 mil millones de dólares, el déficit pendiente de vivienda a las que se le suman las pérdidas por el sismo, aunado al alza de las tazas de interés presentan un horizonte muy nublado para las finanzas de la ciudad.

Nueva York tardó como una década en recuperarse de la crisis, tuvo que “reinventarse”. Hoy sus ingresos ascienden a los 67 mil millones de dólares; si hiciéramos el ejercicio de repartir esa cantidad entre los 8 millones 500 mil habitantes de Nueva York, a cada uno les tocarían unos 8 mil dólares. Ese mismo ejercicio aplicado hoy con los habitantes de la Ciudad de México, arrojaría que los 11 mil millones de dólares divididos entre los casi 9 millones que aquí habitamos —sin considerar los más de 4 millones que a diario nos visitan y usan la ciudad— nos corresponderían poco más de mil dólares, 7 veces menos que Nueva York, con lo que cada ciudadano tendría que cuidarse, transportarse, recoger su basura, iluminar su calle y plantar jardines. Sí, eso cuestan los servicios públicos y la calidad de  vida publica en la ciudad: transporte, jardines, seguridad y oportunidades.

Políticas públicas que anuncian el privilegio del gasto por sobre el ingreso son muy malas noticias para una ciudad que vive de los recursos generados por el desarrollo, ahí están esas montañas de datos y cifras con las cuales se planifica un aeropuerto o una ciudad, como nos lo recuerda un artista tan aparentemente alejado de los números como Robert Smithson. El destino de millones de ciudadanos quedaría truncado de insistir en esas políticas alejadas de las cifras y más cercanas a la ficción. El desarrollo inmobiliario y la construcción son hoy las Industrias más productivas para la ciudad, genera recursos cercanos a los 50 mil millones de pesos y al rededor de 300,000 empleos directos anuales.  Buena parte de los recursos que emplea la ciudad para redistribuir el ingreso en programas sociales y operación diaria de ahí proviene.

La modernidad no es una elección, ni es sinónimo de “progreso” asociar los dos términos es torpe, mucho menos es un “estilo”. La modernidad es una consecuencia del pensamiento científico y filosófico de la Ilustración y del capitalismo industrial, la modernidad es una realidad, como lo son las leyes que de ella se derivan y la economía de mercado que la soporta, apenas tendríamos que recordar a Rimbaud: “Il faut être absolument moderne”.(4) La ilustración nos ofrece las herramientas intelectuales para hacer que las fuerzas de ese capitalismo industrial pueda trabajar a favor del bien común: leyes, reglamentos e instrumentos que hoy casi todas las urbes modernas poseen.  

Podemos aprovechar los beneficios de la modernidad tratando de paliar sus contradicciones y generar más recursos para redistribuir ética y equitativamente sus ventajas,  transformarlos en oportunidades y entonces sí progresar. 

También podemos estropear y truncar el desarrollo moderno para caer en una espiral deficitaria como cayeron NY y muchas otras ciudades en los 70, donde los pobres son los que primero pierden. Podemos regular el mercado, restringirlo y fiscalizarlo, para eso está el Estado, pero lo único que no podemos hacer es ignorarlo o liquidarlo, surgirá desde la oscuridad y la informalidad, ahí siguen estando los casi dos millones de vendedores informales en las calles, las deficiencias de agua, transporte y seguridad y ahí estarán las futuras ruinas del ex-NAIM para recordárnoslo permanentemente.


  1. Robert Smithson, Art Forum: Hacia el desarrollo de una terminal aérea Junio 1967. Extraído de: ALIAS, Robert Smithson; Selección de escritos.
  2. PHILLIPS-FEIN Kim, Fear City. AULETTA Ken, The Streets Were Paved with Gold.
  3. Cuenta Pública 2017, SEFINCDMX
  4. Tenemos que ser absolutamente modernos. Una temporada en el infierno.

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