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La lección de Carlos Ferrater en Guadalajara

La lección de Carlos Ferrater en Guadalajara

6 junio, 2017
por Juan Palomar Verea

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A Guadalajara le urgen buenos edificios. Estamos llenos de más o menos pretensiosas mediocridades que, por desgracia, van a durar décadas para caerse. El paisaje de una ciudad es precioso: es un bien comunitario y esencial. La arquitectura –la que no lleva comillas- tiene por tanto una gravísima responsabilidad. Un cuadro puede guardarse en un clóset, una mala música se puede apagar, o es posible ignorar –relativamente- a una escultura lamentable. La arquitectura que, no lo olvidemos, para serlo de a de veras es un arte, es inevitable para todas las miradas y todas las sensibilidades.

La arquitectura está sobre la vía pública. Querámoslo o no, la tenemos que soportar; o, en los ejemplos afortunados, gozar. Revisar por ejemplo el estridente mazacote de edificios que ahora remata a la Avenida Las Américas yendo rumbo a Zapopan. Nadie tuvo la básica preocupación de mandarles hacer a los promotores una buena maqueta de estudio del conjunto. Cada quien hizo –y sigue haciendo- lo que le da la gana. Esta es una de las múltiples razones por las que el Ayuntamiento de Guadalajara nunca debió de abolir la COPLAUR, depósito de una invaluable tradición –desde los setenta- en el urbanismo, en la arquitectura urbana de la ciudad. Pero en fin, actualmente hay China libre para ocurrencias y arbitrariedades arquitectónicas que ninguna autoridad puede ahora sancionar debidamente.

Churchill dijo famosamente: “Primero hacemos a nuestros edificios, y luego ellos nos hacen a nosotros.” ¿De qué vamos a estar hechos soportando la torpe cacofonía de torres que ahora invaden la zona de Acueducto, la zona de la Colonia Americana y otros lados? Comparemos: ¿De qué estamos hechos cuando vivimos el Hospicio Cabañas o la Casa de don Efraín González Luna (sobrenombrada Iteso-Clavijero)?

Por todo lo anterior es motivo de celebración la nueva aportación a Guadalajara de uno de los más notables arquitectos españoles vivos: Carlos Ferrater.

Ahora está en sus fases finales la edificación de la torre de avenida Patria. Y es toda una lección de emplazamiento, escala, posición urbana, materialidad, adecuación al clima local. Para este último factor, Ferrater dispuso una muy notable celosía (una “piel” como dicen los chocantes) de concreto aligerado que seguramente habrá de garantizar un adecuado control climático y un significativo ahorro en energía para los gravosos -ambiental y económicamente- aires acondicionados. Como una estricta ejemplificación de una no tan odiosa como edificante comparación, véase el moderno edificio levantado una cuadra al sur por Las Américas: cuatro fachadas iguales todas de vidrio y todas las cortinas –ante una de las mejores vistas de Guadalajara- cerradas. Y los aires acondicionados a tope.

Pero lo mejor del edificio de Ferrater es que está muy bonito. Le hace honor a un corredor muy sensible que va bordeando al invaluable arroyo de Atemajac. Su volumetría es armoniosa y a lo que se ve, sensata. Se puede quizás arriesgar la siguiente afirmación: ese edificio sí podría mejorar aquello de lo que estamos hechos. Ya estuviera la extinta COPLAUR elaborando una cuidadosa maqueta volumétrica, respetando las normatividades, del corredor de Patria. Y colaborando con su contraparte zapopana para armonizar todo lo que habrá en la banqueta de enfrente y más allá (entre ello, llevarse las lamentables y patéticas palmeras a algún bonito oasis, lejos de los sabinos venerables). Así de grave es hacer las cosas urbanas precipitadamente.

Pero, de nuevo, celebremos la llegada de Carlos Ferrater y su edificio entre nosotros. Y aprendamos todos de él. Seguramente obtendremos una mejor Guadalajara.

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