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Inmanencia y trascendencia en la génesis de la forma

Inmanencia y trascendencia en la génesis de la forma

19 julio, 2017
por Manuel de Landa

Texto publicado en el número 28 de la Revista Arquine, verano del 2004 | #Arquine20Años

En la historia de la filosofía occidental parece ser una constante la concepción de la materia como un receptáculo inerte de formas que vienen desde afuera. En otras palabras, en la génesis de la forma y de la estructura parecen estar involucrados, invariablemente, recursos que están más allá de las capacidades del sustrato material de las formas y estructuras particulares. En algunos casos, estos recursos son explícitamente trascendentes, esencias eternas que definen las formas geométricas impuestas a los materiales, complacientes e infértiles, incapaces por sí mismos de cualquier morfogénesis espontánea. La distinción aristotélica entre causas materiales y formales sigue este patrón, así como la mayor parte de las filosofías platónicas y, hasta tiempos recientes, de las teorías sobre la materia. Sin embargo —como mostró Gilles Deleuze en su trabajo sobre Spinoza—, no todos los filósofos occidentales han seguido ese camino. En Spinoza, Deleuze descubre otra posibilidad: que los recursos involucrados en la génesis de la forma sean inmanentes a la materia misma.

Un ejemplo sencillo bastaría para ilustrar este punto. El más simple recurso inmanente para la morfogénesis parecen ser los estados estables generados endógenamente. Históricamente, los primeros de tales estados descubiertos por los científicos al estudiar el comportamiento de la materia (gases) fueron la energía mínima y su correspondiente entropía máxima. La forma de una burbuja de jabón, por ejemplo, emerge de las interacciones entre las moléculas que la constituyen, en tanto son constreñidas energéticamente a “buscar” el punto de mínima  tensión superficial. En este caso, no existe tal cosa como la esencia de la “burbuja de jabón” que se impone desde afuera; una forma geométrica ideal —la esfera— configurando una colección inerte de moléculas. Más bien, una forma topológica endógena (un punto en el espacio de posibilidades energéticas de este conjunto molecular) gobierna el comportamiento colectivo de las  moléculas individuales de jabón, resultando en la emergencia de una forma esférica.

En su importante obra Diferencia y repetición, Deleuze utiliza repetidamente tales “estados de posibilidades” (que llama ESPACIOS ESTADO o ESPACIOS FASE) y de formas topológicas (o singularidades) que los configuran. A partir de la obra del matemático Albert Lautman, Deleuze parece haber tenido conocimiento del potencial de las singularidades topológicas para una teoría de la inmanencia y, gracias al trabajo del científico Gilbert Simondon, de la importancia de los recursos inmanentes para el desarrollo de un modelo alternativo de la génesis de la forma, uno donde la forma no es impuesta desde afuera sobre la materia (lo que Simondon llama el “esquema hilemórfico”[1]).

Con todo, mi preocupación no es establecer la genealogía exacta de las ideas deleuzianas sobre la morfogénesis, sino explorar la manera en cómo su trabajo reciente (en colaboración con Félix Guattari) extendió esas ideas básicas, expandiendo teóricamente los tipos de recursos inmanentes de que dispone la materia para crear estructuras de distintas clases —geológicas, biológicas e, incluso, socioeconómicas. En Mil mesetas, en particular, Deleuze y Guattari desarrollan teorías de la génesis de dos tipos de estructura muy importantes: estratos y agregados auto-consistentes (o “árboles” y “rizomas”). Básicamente, los estratos emergen de la articulación de elementos homogéneos, mientras que los agregados auto-consistentes (o, para usar un término que prefiero, las redes) emergen de la articulación de elementos heterogéneos en cuanto tales[2]. Aunque Deleuze y Guattari suelen ilustrar sus ideas sobre los procesos que hacen surgir estos dos tipos de estructuras con ejemplos tomados de la literatura científica, su elección no es siempre sistemática o consistente, por lo que la tarea de “confrontar” sus ideas con aquellas de las ramas relevantes de la ciencia queda aún por hacerse (comenzando con esta contribución).

 

La dicotomía entre redes y estratos puede ser aplicada de forma útil en una variedad de contextos. Por ejemplo, las especies animales pueden considerarse instanciaciones (instantiations) biológicas de una estructura estratificada, mientras que los ecosistemas pueden tratarse como redes. De manera similar, las instituciones humanas gobernadas por decisiones centralizadas, jerárquicas, pueden verse como estratos, mientras que aquellas que emergen de formas decisionales descentralizadas pueden ser tratadas como redes de elementos heterogéneos. Esto plantea la pregunta de si algunas (o la mayoría) de las aplicaciones de estos términos son meramente metafóricas. Hay, sin duda, cierto elemento metafórico en ellas, pero, a pesar de la analogía lingüística, creo en un isomorfismo profundo y objetivo, subyaciente a las distintas instancias de estratos y redes. Se puede dar cuenta de ese isomorfismo mediante los procesos físicos comunes a la formación de las redes y a los estratos actuales, procesos generadores de estructuras que convierten a las distintas aplicaciones de dichos términos en algo bastante literal. De cualquier modo, estos procesos comunes no pueden capturarse mediante puras representaciones lingüísticas, sino que para especificarlos nos exigen desplazarnos al campo de los diagramas de ingeniería.

Tal vez un ejemplo ayude a clarificar este punto crucial. Cuando decimos —como solían hacerlo los marxistas— que “la lucha de clases es el motor de la historia”, usamos “motor” en un sentido puramente metafórico. Por otro lado, cuando decimos que “un huracán es un motor de vapor”, no es una simple analogía lingüística; más bien, decimos que un huracán encarna el mismo diagrama usado por los ingenieros al construir máquinas de vapor, es decir, que contiene una reserva de calor que opera mediante diferencias térmicas y que hace circular energía y materia mediante el llamado ciclo de Carnot. Los espacios fase antes mencionados ejemplifican, también, un diseño y un diagrama de este tipo. Cuando uno de esos espacios contiene una singularidad bajo forma de circuito cerrado (técnicamente, un ciclo limitado o un atractor periódico), todas las posibles instancias físicas de este diagrama desplegarán un comportamiento isomórfico: una tendencia endógenamente generada para oscilar de manera estable. Ya se trate de una estructura sociotecnológica (un transmisor de radio o un radar) o una biológica (un ciclo metabólico) o física (una célula de convección), el mismo recurso inmanente dictará los distintos comportamientos oscilatorios de cada estructura. Este recurso común, que puede estudiarse mediante un diagrama capaz de mostrar las singularidades presentes en los estados fase de dichas estructuras, indica que tales estructuras no están ligadas sólo metafóricamente sino a un nivel objetivo, más profundo, conectadas isomórficamente. Deleuze y Guattari se refieren a estos diagramas comunes de los procesos morfogenéticos que admiten diversos ensamblajes físicos como “máquinas abstractas”. La cuestión aquí es, entonces, si las máquinas abstractas también subyacen a los procesos que generan estratos y redes.

 

Comencemos con las estructuras jerárquicas y, en particular, con los estratos sociales. Como los estratos geológicos (capas apiladas de material rocoso), los estratos sociales son, por analogía, capas apiladas (clases y castas) de material humano. En la medida en que esto sea todo lo que se afirme, “estrato” es usado por los sociólogos, claramente, como una metáfora. ¿Se puede afirmar que hay un isomorfismo profundo? Esto implicaría mostrar que los procesos generativos que determinan los estratos geológicos y sociales pueden describirse mediante el mismo esquema. En términos de los procesos que generan los estratos geológicos o, más específicamente, la roca sedimentaria, un acercamiento visual a las capas de piedra en el lado expuesto de una montaña revela una característica sorprendente: cada capa contiene capas adicionales, cada una de las cuales está compuesta por pequeñas piedras casi homogéneas en tamaño, forma y composición química. Estas capas son las que llamamos estratos.

Ahora, dado que las piedras en estado natural no vienen en tamaños ni formas similares, algún tipo de mecanismo selector debe intervenir para conseguir esta distribución tan improbable, algún dispositivo mediante el cual una multitud de piedras heterogéneas se distribuye y deposita en capas de manera más o menos uniforme. Una posibilidad ha sido sugerida al descubrirse que los ríos actúan como verdaderas computadoras hidráulicas (o, al menos, como mecanismos selectores). Los ríos transportan material rocoso desde su lugar de origen (como montañas erosionadas) hasta el océano, donde se acumulan. Durante este proceso, las piedras de distinto tamaño, forma y peso, son afectadas de manera diferente por el agua que las transporta, y lo que las ordena son estos efectos del agua en movimiento, llevándose a las más ligeras antes que las pesadas. Una vez seleccionada la materia bruta en depósitos más o menos homogéneos en el fondo del mar (es decir, cuando se ha sedimentado), tiene lugar un segundo proceso, transformando estas colecciones de piedras en unidades de mayor escala: roca sedimentaria, cementada por sustancias solubles (sílica o hematita, por ejemplo) que penetran el sedimento por los poros entre las piedras. Cuando esta solución cristaliza, la relación temporal de estas piedras se consolida en una estructura “arquitectónica” más o menos permanente[3].

Esta doble operación —una “doble articulación”— transforma las estructuras de una escala a otra. Deleuze y Guattari llaman a estas dos operaciones contenido y expresión (o, alternativamente, territorialización y codificación), y nos previenen para no confundir estos términos con las viejas “sustancia” y “forma” filosóficas, dado que cada una de estas dos articulaciones implica tanto sustancias como formas. La sedimentación no tiene que ver sólo con acumular piedras (sustancia), sino que también implica seleccionarlas en capas (forma), mientras que la consolidación no sólo efectúa nuevos acoplamientos arquitectónicos entre las piedras (forma), sino que también produce una nueva entidad, la roca sedimentaria (sustancia)[4]. Más aún, estas nuevas entidades pueden, a su vez, acumular y seleccionar (por ejemplo, las capas alternadas de esquisto y arenisca que componen las montañas alpinas), y consolidarse de nuevo cuando las fuerzas tectónicas hacen que las capas acumuladas de roca se plieguen y formen una entidad de mayor escala —la montaña[5].

En el modelo de Deleuze y Guattari, estas articulaciones dobles constituyen la “máquina abstracta de la estratificación” que opera no sólo en la geología sino en el ámbito orgánico y en el socioeconómico. Según los neo-darwinistas, por ejemplo, las especies se forman a través de la acumulación gradual de material genético, que resulta en rasgos anatómicos y de comportamiento adaptativos cuando siguen procesos dinámicos no lineales (como la interacción de las células durante el desarrollo embrionario). Los genes, por supuesto, no se distribuyen o depositan al azar, sino que son seleccionados por una variedad de presiones, que incluyen el clima, las acciones de los predadores y parásitos, y los efectos de las elecciones entre macho y hembra al acoplarse. Por tanto, en un sentido muy literal, el material genético se “sedimenta” como las piedras, aunque el mecanismo de selección sea totalmente distinto. Más aún, estas colecciones flexibles de genes pueden, como las piedras sedimentadas, perderse bajo drásticos cambios de condiciones (como aquellas de la edad glacial), a menos de que se solidifiquen. La consolidación genética resulta del aislamiento reproductivo, es decir, de la clausura de un acervo genético cuando un grupo poblacional es incapaz (por razones ecológicas, mecánicas, de comportamiento o genéticas) de acoplarse y reproducirse con otros grupos. El aislamiento funciona como un mecanismo de “trinquete” que, conservando los rasgos adaptativos acumulados, imposibilita que una población dada se desarrolle en organismos unicelulares. Mediante este proceso dual de acumulación selectiva y consolidación aislante, una población de organismos individuales llega a formar una entidad de mayor escala: una nueva especie[6].

Podemos también encontrar esta doble articulación (y, por tanto, esta máquina abstracta) operando en la formación de las clases sociales. En general, hablamos de “estratos sociales” cuando una sociedad presenta una variedad de funciones diferenciadas a las que no todos tienen el mismo acceso y cuando una parte de esas funciones (por ejemplo, aquellas a las que sólo tiene acceso la élite gobernante) implican el control de los recursos naturales, materiales y humanos. Mientras que la diferenciación de funciones sociales puede ser un efecto espontáneo del flujo intensificado de energía en una sociedad (como cuando en una sociedad anterior al establecimiento del estado alguien con poder actúa como intensificador de la producción agrícola),  la disposición de esas funciones en rangos, dentro de una escala de prestigio, involucra una dinámica de grupo específica. En un modelo, por ejemplo, los miembros del grupo que han adquirido acceso preferente a ciertas funciones pueden más adelante tener el poder para restringir el acceso a las mismas, mientras que entre estos grupos dominantes empiezan a cristalizarse los criterios para repartir al resto de la sociedad en subgrupos. “De la cristalización de los criterios diferenciales de evaluación y de las posiciones de estatus en distintas sociedades se desarrollan algunas manifestaciones específicas de estratificación y de diferenciación de estatus —como segregar los estilos de vida en distintos estratos, los procesos de movilidad entre los mismos, lo escarpado de la estratificación jerárquica, algunos tipos de conciencia de estrato, así como el grado y la intensidad de los conflictos de estrato.”[7]

Aun cuando las funciones sociales tienden a sedimentarse mediante estos mecanismos de disposición y rango en la mayor parte de las sociedades, los rangos no son una dimensión autónoma en la mayoría de ellas. Hay muchas sociedades en las que las élites no están diferenciadas de manera intensiva (como un centro alrededor del cual el resto de la población forma una periferia excluida), el excedente no se acumula (puede ser destruido en festividades rituales) y las relaciones primordiales se mantienen. Hay, por tanto, una segunda operación, más allá de la mera disposición de la gente en rangos, necesaria para la formación de clases sociales o castas: a los criterios informales de disposición debe dárseles una interpretación teleológica y una definición legal, y las élites deben volverse guardianas de la nueva tradición instituida, es decir, quienes legitimen el cambio y delineen los límites de la innovación. En resumen, para transformar la acumulación tradicional de funciones sociales (y los criterios para acceder a las mismas) en clases, se requiere su consolidación por medio de una codificación teleológica y legal.[8]

Puedo decir ahora —literal y no metafóricamente— que las rocas sedimentarias, las especies y las clases sociales (así como otras jerarquías institucionalizadas) son todas construcciones históricas, productos de procesos específicos que generan estructuras,  comenzando con una colección heterogénea de materiales en bruto (piedras, genes, funciones sociales), para luego homogeneizarlos mediante una operación seleccionadora y así consolidar esos grupos homogéneos en algo más amplio y permanente. Así, mientras ciertos aspectos son diferentes (por ejemplo, sólo las instituciones humanas y, quizás, algunas especies desarrollan una jerarquía de mando), otras, como la articulación de componentes homogéneos en entidades de mayor escala, son los mismos para todas las estructuras.

¿Qué hay de las redes de elementos heterogéneos? El diagrama hipotético de Deleuze y Guattari para este tipo de estructura implica la articulación de la diversidad en cuanto tal, pero no es tan claro como el modelo de la doble articulación. Esta máquina abstracta debe ser contextualizada en términos de cuanto han revelado los modelos matemáticos por computadora acerca de su formación y comportamiento, y de ahí derivar su diagrama. Tal vez el tipo de red mejor estudiado sean los ciclos auto-catalíticos: una serie de procesos químicos eslabonados en los que series de pares de sustancias que se estimulan mutuamente se encadenan para formar una estructura que se reproduce en conjunto. Básicamente, el producto que se acumula gracias a la aceleración catalítica de una reacción química sirve como catalizador para otra reacción que, a su vez, genera un segundo producto que catalizará al primero. Así el ciclo se vuelve auto-sustentable y puede continuar mientras el ambiente provea la materia prima suficiente para las reacciones químicas.

Humberto Maturana y Francisco Varela, pioneros en el estudio de los ciclos auto-catalíticos y que desarrollaron la teoría de la “autopoiesis”, atribuyen dos características generales a estos circuitos cerrados: primero, son sistemas dinámicos que generan endógenamente sus propios estados estables (llamados atractores o autovalores, eigenstates); segundo, crecen y evolucionan a la deriva.[9] En los ciclos auto-catalíticos más simples sólo ocurren dos reacciones, donde cada una sirve de catalizador para la otra. Pero una vez establecida esta red básica de dos nodos, surgen nuevos nodos que pueden insertarse en la red si no ponen en riesgo su consistencia interna. Así, pueden ocurrir nuevas reacciones químicas (utilizando materiales antes no considerados o incluso productos residuales del ciclo original), que, al catalizar al par original y ser catalizado por el mismo, hacen del ciclo una red de tres nodos. La red crece, por lo tanto, pero su crecimiento no ha sido “planeado”. Se forma un nuevo nodo (que parece satisfacer algunos requerimientos de consistencia interna) y el ciclo se vuelve más complejo. Precisamente porque los únicos impedimentos son internos, esa complejidad no obedece a ningún orden que haga que el ciclo, como totalidad, cumpla con ciertas demandas externas (como la adaptación a situaciones específicas). El medio ambiente, como fuente de materia prima, regula ciertamente el crecimiento de la red, pero más proscribiendo que prescribiendo. Esto es lo que Maturana y Varela describen como “crecimiento a la deriva”.[10]

 

La cuestión es ahora saber si, de éstos y otros estudios empíricos sobre el comportamiento de las redes, podemos derivar un proceso generador de estructuras lo suficientemente abstracto como para generalizar operaciones geológicas, biológicas y sociales. El modelo de D&G implica una secuencia de acciones que involucra tres tipos de elementos. Primero, debe reunirse un conjunto de elementos heterogéneos mediante la articulación de superposiciones, es decir, la conexión de elementos diversos pero yuxtapuestos. (En el caso de los ciclos auto-catalíticos, los nudos del circuito están unidos unos a otros mediante su complementariedad funcional.) Segundo, se necesita una clase especial de operadores, llamados elementos intercalares, para efectuar las interconexiones al servir como conectores locales. (En nuestro caso, esta función la cumplen catalizadores insertos entre dos sustancias químicas distintas para facilitar su interacción.) Finalmente, las heterogeneidades interconectadas deben ser capaces de generar endógenamente patrones de comportamiento estables, como aquellos que ocurren a intervalos espaciales o temporales regulares.[11] El esquema de D&G para los agregados auto-consistentes está mucho menos desarrollado que su modelo para la doble articulación. De cualquier modo, la centralidad para su filosofía “maquínica” de una articulación no-homogeneizadora de elementos diversos está fuera de duda. De hecho, “lo que llaman maquínico es, precisamente, esta síntesis de heterogeneidades en cuanto tales.”

¿Podemos encontrar elementos de este diagrama de tres elementos subyacientes en distintos procesos morfogenéticos? Volvamos a la geología y a esa otra gran clase de rocas ejemplificada por el granito: las rocas ígneas. El granito, a diferencia de la arenisca, no es el resultado de la sedimentación y la cementación, sino el producto de un proceso de construcción muy diferente. Las rocas ígneas se forman, directamente, por el enfriamiento del magma, un fluído viscoso constituido por diversos materiales fundidos. Cada uno de esos componentes líquidos tiene distintos umbrales de cristalización y, por tanto, cada uno sigue su camino hacia el estado sólido a distintos puntos críticos de temperatura. Esto significa que los elementos del magma se enfrían por separado cristalizando secuencialmente, y aquellos que solidifican primero sirven de contenedores para los que lo hacen después. El resultado es un conjunto complejo de cristales heterogéneos entrelazados, lo que le da al granito su dureza particular.

En este contexto, los elementos intercalares incluyen cualquier cosa que haga surgir articulaciones locales desde dentro —“densificaciones, intensificaciones, reforzamientos, inyecciones, baños, así como otros muchos elementos intercalares.” Las reacciones entre el magma líquido y las paredes de sus componentes ya cristalizados, acontecimientos de enucleamiento dentro del líquido que inician la siguiente cristalización e, incluso, algunos “defectos” dentro de los cristales (llamados “dislocaciones”) que promueven el crecimiento desde adentro son ejemplos de elementos o acontecimientos intercalares.

Finalmente, las reacciones dentro del magma pueden generar endógenamente estados estables. Estas reacciones que involucran ya sea la auto-catálisis o la catálisis cruzada, funcionan como auténticos “relojes químicos”, donde a intervalos perfectamente regulares se produce una acumulación alternada de material proveniente de las reacciones. Este comportamiento rítmico no se impone en el sistema desde afuera, sino que se genera espontáneamente desde dentro (gracias a un atractor). Cuando no se desencadena una reacción como la que implican los relojes químicos , los intervalos temporales se convierten en intervalos espaciales, formando los bellos patrones concéntricos o en espiral que pueden verse, a veces, congelados en algunas rocas ígneas.[12] El granito, por tanto, puede entenderse como una instancia de una red o agregado autoconsistente.

Veamos ahora algunos ejemplos biológicos y culturales de articulación de la diversidad en cuanto tal mediante auto-consistencia. Como vimos antes, las especies (o, con mayor precisión, el acervo genético de una especie) pueden considerarse como ejemplo de una estructura estratificada orgánica. De modo similar, un ecosistema representa la realización biológica de un agregado auto-consistente. Mientras las especies pueden ser estructuras altamente homogéneas (en especial si presiones selectivas han llevado los genes a puntos fijos), un ecosistema eslabona una variedad de elementos heterogéneos (animales y plantas de diferentes especies). Estos elementos se articulan mediante sus interrelaciones, es decir, por su complementariedad funcional. Dado que una de las principales características de un ecosistema es la circulación de energía y materia en forma de alimento, esta complementariedad en particular es alimenticia: presa/predador y parásito/huésped son dos de las más comunes parejas funcionales que generan redes alimenticias. En esta situación, las relaciones simbióticas pueden actuar como elementos intercalares, ayudando al proceso de construcción de redes alimenticias al establecer acoplamientos locales. Algunos ejemplos incluyen a las bacterias que viven en los intestinos de muchos animales, ayudándoles a digerir la comida, así como los hongos y otros microorganismos que forman la rizósfera, la cadena alimenticia subterránea formada por las raíces interconectadas y el suelo. Dado que las redes alimenticias también generan estados estables de manera endógena,[13] todas las operaciones de la máquina abstracta de D&G parecen ocurrir aquí.

En la esfera socioeconómica, los mercados precapitalistas pueden considerarse ejemplos de redes culturales. En muchas culturas los mercados semanales han sido tradicionalmente el lugar de encuentro de personas con necesidades heterogéneas de bienes y suministros. Empatar demandas complementarias (por ejemplo: interrelacionar a la gente en base a sus necesidades y suministros) es algo que se realiza automáticamente gracias al mecanismo de precios. (Los precios no sólo transmiten información acerca del valor monetario relativo a distintos productos, sino que también generan incentivos para comprar y vender.) El mecanismo de precios opera cuando los precios caen frente a una oferta excesiva y desatan la disminución de la producción de bienes relevantes. Por supuesto que este mecanismo sólo puede imaginarse como automático cuando los precios se fijan solos. Por tanto, debemos imaginar que no hay ningún vendedor local que pueda manipular los precios liberando o reteniendo grandes cantidades de cualquier producto, así como ningún gremio o cualquier otro tipo de estructura jerárquica puede establecer arbitrariamente los precios. En ausencia de ese tipo de manipulación, el dinero (o incluso su forma primitiva, como bloques de sal o conchas) puede ejercer su función como elemento intercalar; es decir, ante el trueque puro, los bienes son empatados por mero azar, pero cuando se introduce el dinero, ese encuentro azaroso resulta innecesario y las demandas complementarias pueden, por así decirlo, empatarse a distancia. Finalmente, los mercados parecen generar de manera endógena, también, estados estables, en particular cuando los centros comerciales forman circuitos de intercambio, como puede verse en el comportamiento cíclico de los precios (como en los llamados ciclos de Kondratieff).[14]

Un punto importante a subrayar aquí es que, como argumentan Deleuze y Guattari, ni las redes ni los estratos se dan en estado puro, sino que, por lo general, los encontramos en estados mixtos. Aun la organización jerárquica más orientada a ciertas metas presentará cierta deriva en su crecimiento y desarrollo, e incluso el más pequeño mercado local implica elementos jerárquicos —cuando menos, cierta burocracia encargada de la seguridad o del cumplimiento de los contratos. Más aún, las jerarquías dan lugar a redes y las redes a jerarquías. Así, cuando coexisten distintas burocracias (gubernamentales, académicas, eclesiásticas) sin que haya ninguna superestructura que coordine sus interacciones, la totalidad del conjunto tenderá a formar una red de jerarquías, articuladas principalmente mediante ligas locales y contingentes. De modo similar, cuando los mercados locales crecen (como en las gigantes ferias de la Edad Media), dan lugar a jerarquías comerciales, con un mercado de dinero en la cima, un mercado de bienes suntuarios bajo éste y, en el fondo, un mercado de granos.[15] Una sociedad real, entonces, consiste en mezclas complejas y cambiantes de estos dos tipos de estructuras y sólo en rarísimas ocasiones se podrá designar una estructura como una red o un estrato puros.

Sin embargo, si tenemos en mente la relatividad de la distinción y la ubicuidad de las mezclas, es posible —y aleccionador— decir que las rocas sedimentarias, las especies y las jerarquías sociales son instancias de los estratos, mientras que las rocas ígneas, los ecosistemas y los mercados precapitalistas lo son de las redes. Si esta tipología —con la topología inmanente que le subyace— es correcta, de ello se desprenden varias consecuencias filosóficas interesantes. En principio, D&G han mostrado cómo hacer comparaciones no metafóricas como éstas: cómo identificar las raíces de estos isomorfismos profundos. Además, su concepción de las máquinas abstractas que gobiernan varios procesos generadores de estructuras diluye no sólo la distinción entre lo natural y lo artificial sino, también, aquella entre lo vivo y lo inerte. Apunta a un nuevo tipo de filosofía materialista, un neo-materialismo en el que la materia-energía en bruto, a través de una serie de procesos de auto-organización y del intenso poder inmanente de la morfogénesis, genera todas las estructuras que nos rodean. Más aún, esta visión neo-materialista convierte el flujo de materia-energía, más que las estructuras generadas por éste, en la realidad primaria. Veamos este punto crucial con mayor detalle. En un sentido, la delgada capa rocosa sobre la que vivimos y que llamamos nuestro hogar, no es una parte fundamental sino un efecto colateral de procesos morfogenéticos más profundos. De hecho, si esperamos lo suficiente, si logramos observar la dinámica planetaria en escalas de tiempo geológicas, atestiguaríamos que las rocas y las montañas que definen los rasgos más duraderos y estables de nuestra realidad se disolverían en las grandes corrientes subterráneas de lava que empujan la tectónica de placas. Estas estructuras geológicas representan, por así decirlo, una desaceleración local de esta realidad en flujo permanente, un endurecimiento temporal de esos flujos de lava.

 

De igual manera, podemos decir que nuestros cuerpos individuales y nuestras mentes son meras coagulaciones o desaceleraciones en los flujos de biomasa, genes y memes (patrones de conducta establecidos y mantenidos mediante la imitación), y normas (patrones originados y reforzados por la obligación social). Aquí, también nosotros, como entidades biológicas y sociales, estaríamos definidos tanto por los materiales que temporalmente enlazamos o encadenamos en nuestros cuerpos orgánicos y en nuestras mentes culturales, y por la escala temporal de esa operación de enlace. Con escalas mayores, lo que importa es el flujo de la biomasa a través de las cadenas alimenticias, así como el flujo de los genes en las generaciones, no los cuerpos individuales o las especies que emergen de estos flujos. Dada una escala de tiempo lo suficientemente amplia, también nuestros lenguajes resultarían desaceleraciones momentáneas o espesamientos en el flujo de normas fonológicas, semánticas y sintácticas. Los lenguajes convencionales serían resultado de intervenciones institucionales para desacelerar el flujo, para endurecer un conjunto de normas, mientras los dialectos y jergas emergerían de aceleraciones en esos flujos, con lenguajes como el inglés de Jamaica o el francés de Haití producidos en pocas generaciones.[16] La visión del mundo generada por esta “filosofía geológica” puede encapsularse mediante ciertos términos técnicos.

Primero, el hecho que las redes y los estratos ocurran, generalmente, en combinaciones, aconseja tener nombres técnicos para estas combinaciones. Una mezcla en la que predominen los estratos o componentes jerárquicos será llamada una estructura con un alto grado de estratificación, mientras que su opuesta, una combinación dominada por los componentes en red, será una estructura con un grado bajo de estratificación. Ya que, como dije, las jerarquías dan lugar a redes y viceversa, podemos decir que estas mezclas sufren procesos de desestratificación y reestratificación. Finalmente, hagamos referencia a los flujos de materia-energía relativamente sin forma ni estructura de los que emergen las redes y los estratos: esta realidad animada desde dentro por procesos de auto-organización y que constituye una caldera de vida no orgánica, que llamamos el cuerpo sin órganos (CsO):

“El organismo no es el cuerpo, el CsO; más bien es un estrato dentro del CsO, en otras palabras, un fenómeno de acumulación, coagulación y sedimentación que, para poder extraer trabajo útil del CsO, le impone formas, funciones, vínculos , organizaciones dominantes y jerarquizadas, trascendencias organizadas… El CsO es la realidad glacial donde se producen aluviones, sedimentaciones, coagulaciones, plegaduras y retrocesos que componen un organismo —y también un significado y un sujeto.”

Podemos emplear el término “CsO” para estos flujos informes y desestratificados en tanto consideremos que lo que cuenta como desestratificado en cualquier escala temporal o espacial es totalmente relativo. Es decir, los flujos de genes y biomasa son “informes” en relación a un organismo individual, pero por sí mismos tienen formas y funciones internas. De hecho, si expandiésemos nuestra perspectiva planetaria a una realmente cósmica, veríamos a nuestro planeta entero —y sus flujos— como un endurecimiento provisional en el vasto flujo de plasma que permea todo el universo. Deleuze y Guattari hablan de cuerpos sin órganos (en plural) cuando se refieren a los procesos localmente limitados de desestratificación, mientras que hablan de el cuerpo sin órganos (o “plano de consistencia”) en referencia al límite absoluto e hipotético de tales procesos. Al CsO es inmanente un conjunto de máquinas abstractas, los esquemas que capturan la dinámica de ciertos procesos generadores de estructura. Los más generales entre aquellos pueden ser los relacionados con la formación de estratos y agregados auto-consistentes. Pero hay otros. Por ejemplo, cuando al mecanismo seleccionador (el cual efectúa la primera articulación de un estrato) se acompaña la habilidad de replicarse con variaciones (como en la selección de genes, memes y normas), emerge una nueva máquina abstracta , en este caso una sonda ciega, o mecanismo de búsqueda, capaz de explorar un espacio de formas posibles.[17]

Estas máquinas abstractas pueden entenderse como si estuvieran equipadas de “perillas” para controlar ciertos parámetros, que a su vez definen los estados dinámicos de los procesos generadores de estructuras y, por tanto, la naturaleza de las estructuras generadas. Los parámetros clave incluyen el rigor y la fuerza del proceso de selección y el grado de consolidación o aislamiento reproductivo para la máquina de doble articulación; los grados de temperatura, presión, volumen, velocidad, densidad y conectividad que sirven de parámetros en la generación de estados estables en las redes; o las tasas de mutación y recombinación que fijan la velocidad de la sonda, así como la fuerza del flujo de biomasa y los acoplamientos entre especies que evolucionan a la par y dictan qué tipo de espacios pueden explorarse. Por tanto, usar estos diagramas abstractos para representar lo que sucede en el CsO equivale a usar un sistema representativo en términos de intensidades, ya que, finalmente, es la intensidad de cada parámetro la que determina el tipo de dinámica implicada y, por ende, el carácter de las estructuras generadas. De hecho, una manera de imaginar el CsO es como ese estado “glacial” de la materia-energía que resulta de poner todas las “perillas” en cero, es decir, el grado mínimo de intensidad, deteniendo toda producción de forma. Como lo plantean Deleuze y Guattari:

“Un CsO está hecho de tal manera que puede ser ocupado, poblado, sólo por intensidades. Sólo las intensidades pasan y circulan. De cualquier modo, el CsO no es un escenario, un lugar ni un soporte sobre el que algo sucede… No es espacio ni está en el espacio; es materia que ocupa espacio en cierto grado —al grado de las intensidades producidas correspondientes. Es materia intensa, sin estratificar, sin formar, matriz de la intensidad, intensidad = 0… La producción de lo real como una magnitud intensiva empezando en cero.”

Pienso que declaraciones como la anterior resultan más intensas entre más literalmente las entendamos, y, como he tratado de mostrar, creo que estas declaraciones deben leerse como —o intentando ser— literalmente verdaderas. Es decir, su contexto es el de la filosofía física más rigurosa, que no se contenta con mediatizar los hallazgos de una física ortodoxa —académica o industrial—, sino una filosofía que se arriesga a ir más allá, llevando sus innovaciones conceptuales al límite. Esta “física filosófica”, pienso, puede servir de base para un nuevo, renovado materialismo, libre de todo dogma —esencialista o teleológico— del pasado. Por otro lado, para que los escritos de Deleuze y Guattari puedan leerse de manera no metafórica, sus ideas deben ser conectadas, con todo rigor, a los datos y a las teorías científicas actuales. Como una contribución a esa tarea y al desarrollo de un neo-materialismo coherente, espero haber mostrado que algunas ideas básicas de Deleuze y Guattari encajan, particularmente bien, con hallazgos científicos relevantes. Si esta coherencia es auténtica, aumentar su fuerza y elucidar su naturaleza no puede más que beneficiar tanto a la filosofía como a la ciencia.

 

Notas:

1.Gilles Deleuze, Difference and Repetition, traducción al inglés de Paul Patton (Nueva York, 1994 [1968]), 163-164 (sobre Lautman), 246 (sobre Simondon). En ambos casos, la cuestión de que se trata no es “la génesis de la forma” sino “la génesis de las soluciones” a los problemas, donde la inmanencia se refiere a la objetividad no del potencial morfogenético de la materia sino del “campo problemático” que gobierna la producción de soluciones (las singularidades del espacio fase que gobiernan el comportamiento de trayectorias específicas, como las soluciones a ecuaciones). Me parece que se trata tan sólo de dos aspectos (el óntico y el epistémico) de la misma cuestión. El que Deleuze está igualmente interesado en la morfogénesis del mundo físico resulta evidente de aseveraciones como la siguiente: “No se trata de imponer una forma en la materia (es decir, el esquema hilemórfico) sino de elaborar un material cada vez más rico y consistente, el mejor para suscitar fuerzas cada vez más intensas. Lo que hace que un material sea cada vez más rico es lo mismo que mantiene unidas las heterogeneidades sin evitar que sean heterogéneas”; Gilles Deleuze y Felix Guattari, Mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia.

2. “Estableciendo la distinción de la manera más general, podríamos decir que se da entre sistemas estratificados o sistemas de estratificación por un lado y, por el otro, agregados consistentes o auto-consistentes…  Existe un sistema codificado de estratificación siempre que, horizontalmente, hay causalidad lineal entre los elementos y, verticalmente, jerarquías de orden entre grupos y, sosteniéndolo todo en profundidad, una sucesión de formas enmarcantes,  cada una de las cuales informa una sustancia y, a su vez, sirve de sustancia para otra forma (por ejemplo, la sucesión piedra-roca sedimentaria-montaña plegada)… Por otro lado, podemos hablar de agregados consistentes cuando, en vez de una sucesión regulada de formas sustancias, se nos presenta una consolidación de elementos heterogéneos, órdenes que han sido corto-circuitados o incluso causalidades inversas, y capturas entre materiales y fuerzas de distinta naturaleza” (Deleuze y Guattari, Mil mesetas…)

3. Harvey Blatt, Gerard Middleton y Raymond Murria, Origin of Sedimentary Rocks (Englewood Cliffs, 1972), 102 y 353.

4. Véase, por ejemplo, Gilles Deleuze, Foucault, traducción de José Vázquez Pérez (Paidós, 1987): “Los estratos son formaciones históricas… ‘Capas sedimentarias’, hechas de cosas y de palabras, de ver y de hablar, de visible y decible, de superficies de visibilidad y campos de legibilidad, de contenidos y expresiones… El contenido tiene una forma y una sustancia: por ejemplo, la prisión, y los que están encerrados en ella, los presos… La expresión también tiene una forma y una sustancia: por ejemplo, el derecho penal, y la ‘delincuencia’ en tanto que objeto de enunciados” (75).

5. Véase Deleuze y Guattari, Mil mesetas.  De hecho, caracterizan incorrectamente las dos articulaciones que componen las rocas sedimentarias como “sedimentación” y luego “plegado”. La secuencia correcta es sedimentación, cementación, y luego, a una escala espacial diferente, acumulación cíclica de roca sedimentaria seguida del plegado (en una montaña). En otras palabras, colapsan dos articulaciones dobles diferentes (de las que la segunda usa los productos de la primera como materia prima). Esta corrección no desmerece el argumento; de hecho, es reforzado al mostrar que la misma máquina abstracta puede oerar en dos escalas temporales y espaciales distintas.

6. Véase Niles Eldridge, Macroevolutionary Dynamics: Species, Niches andAdaptative Peaks (New York, 1989), 127.

7. S.N.Eisenstadt, “Continuities and Changes in Systems of Stratification”, en Stability and Social Change, editado por Bernard Barber y Alex Inkeles (Boston, 1972), 65-87.

8. Ibid., 66-71.

9. Véase Humberto R. Maturana y Francisco J. Varela, The tree of Knowledge: The Bioilogical Roots of Human Understanding (Boston, 1992), 47 y 115.

10. Francisco J.Varela, “Two Principles of Self-Organization”, en Self-Organization and Management of Social Systems: Insights, Promises, Doubts and Questions, H.Ulrich y G.J.B.Probst, editores (Berlín y Nueva York, 1984), 27-35.

11. Véase Deleuze y Guattari, Mil mesetas. Debo mencionar una fuente potencial de malentendidos. En su modelo de D&G, a partir del trabajo de Eugène Dupréel, usan el término “consolidación” para la teoría de la formación de las redes como un todo, mientras que yo la uso para una de las dos articulaciones en la formación de estratos (lo que ellos llaman “codificación”).

12. Véase Grégoire Nicolis e Ilya Prigogine, Exploring Complexity: An introduction (Nueva York, 1989), 29.

13. D.A.Perry, M.P.Amaranthus y J.G.Borchers, “Bootstrapping in Ecosystems”, BioScience 39 (1989): 230-37.

14. Véase J.D.Sterman, “Nonlinear Dynamics in World Economy: The Economic Long Wave”, en Structure, Coherence and Chaos in Dynamical Systems, editado por Peter Christiansen y R.D.Parmentier (Manchester, 1989), 389-413.

15. Véase Fernand Braudel, The Wheels of Comerse.

16. Para una aplicación de las teorías sociolingüísticas de D&G a la morfogénesis de las lenguas occidentales (y de sus dialectos derivados), véase Manuel DeLanda, A thousand Years of Nonlinear History (Nueva York, Zone Books).

17. Para una descripción a detalle de esta máquina abstracta véase Manuel DeLanda, “Virtual Environments and the Emergence of Synthetic Reason”, en Flame Wars: The Discourse of Cyberculture, editado por Mark Dery (Durham, 1994), 793-815.

 

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