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Espacios: S. S. Apostoli, adentro y afuera

Espacios: S. S. Apostoli, adentro y afuera

 

Quizá fue porque era el primer día caminando entre tus islas, cruzando tus puentes, oliendo tus canales. No, no iba a la deriva, llevaba un rumbo específico, un cometido, una entrega que hacer. No eras ni el primero, ni el último de los innumerables templos que se ofrecen a cada vuelta, en cada campo de la ciudad. Muchos cerrados, pero como iba de prisa, pensaba “ya volveré y los veré con detenimiento, cuando estén abiertos”, y nunca pude entrar. Pero tú estabas ahí, al pasar de frente, tu fachada simple, austera, casi muda me hizo voltear. La torre me hablo de una pretensión algo más rebuscada, pues se posaba como un gran pivote que permite el giro urbano entre Cannaregio, la Strada Nuova y el campo al que das nombre. Su evolución vertical acentuaba esa pretensión.

Como ya comenté, llevaba algo de prisa, un destino y una hora, pero al cruzar el campo rumbo al puente, una sombra en el rabillo del ojo —debo agradecer a mi padre que me obligara a desarrollar la visión periférica, “un buen portero, para detener el ataque del equipo enemigo, debe ver a 180 grados” y ahí la arquitectura y el futbol se unen— me hizo voltear, ¡y ahí estaba! Una pequeña composición volumétrica, tan pura, tan clara: En proporciones perfectas, un prisma rectangular soporta una bóveda en arco de medio punto, donde una ventana circular anuncia la luz que se destina a un espacio interior. El volumen compuesto descansa apoyado en otro prisma rectangular, de mayores dimensiones, perteneciente no a la escala de la fachada, como el primero, sino a la del campo, otra ventana circular, a eje con la del volumen más pequeño, acentúa la verticalidad en la composición, programando a su vez, la luz interior que deberá penetrar en ese segundo espacio. Rematando toda la composición, una cúpula establece el significado ritual de esa parte del templo.

Ahí se detuvo el tiempo, se pausó la prisa y me obligué a entrar, quería ver qué sucedía adentro de esa geometría, era obligado. La iglesia estaba abierta, y no dudé. El espacio interior general se desborda dentro de ese cascarón de austeridad externa, el cielo raso y sus pinturas visten los rayos de luz que penetran por el ábside. Asombroso, pero no era el rincón que yo buscaba.

Avancé un poco no sin dejar de admirar cada detalle, volteé a la derecha y ahí estaban, a contra luz, cobijadas por la cúpula, las dos ventanas circulares, alumbrando su geometría espacial específica, estratificando la escala de mayor a menor y, en ese juego, focalizando en penumbra, un retablo clásico, cuyo fin último es servir de marco a la maravillosa pintura que contiene resaltada por la adición de un espectacular diseño de iluminación eléctrica, que otorga otra dimensión al cuadro. Soy un hombre de mi época y no envidio a quienes tuvieron que ver esto a la luz de las velas —siempre se puede aportar.

Al interior, la bóveda de cañón de este segmento está en la frontera entre ser un simple cabio de paño, y un espacio determinado. La geometría del afuera y el adentro, adquieren una coherencia total dentro del sistema de pensamiento que las produjo. Robándome la idea de una gran amiga —hija de otra gran amiga—, María Ortega Álvarez, este rincón es para mí, como la canción de Pink Floyd que da nombre a un extraordinario álbum, Wish you where here, una canción perfecta.

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