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El síntoma de la modernidad

El síntoma de la modernidad

10 mayo, 2019
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy

 

“La modernidad fue impulsada por la enfermedad”, declara la historiadora y arquitecta Beatriz Colomina en X–Ray Architecture, su último libro, publicado este año por Lars Müller Publishers. Los discursos científicos que construyeron el imaginario de la modernidad occidental durante el final del siglo diecinueve y la primera mitad del XX trajeron consigo una imagen de la salud. Pero en la misma medida en que se establecieron los parámetros que certificaban al cuerpo que estuviera preparado para la lucha por la supervivencia, también se pensó su correlato de desviaciones y epidemias. Además de los avances tecnológicos, la modernidad también fue la época de la tipificación de los síntomas que acechaban a la civilización, como la ansiedad o la sífilis. Para Beatriz Colomina, la arquitectura también participó en esta suerte de etiología, teniendo en la tuberculosis un punto de partida para proponer las relaciones entre la técnica arquitectónica, la tecnología médica y el cuerpo que habitó las obras de la modernidad. 

La tuberculosis demandó tratamientos espaciales, como estancias que se encontraran al aire libre y equipamientos que permitieran al habitante —del hospital o de la casa— poder ejercitarse con regularidad. Colomina narra cómo Le Corbusier, personaje que practicó deportes como el box y la natación, asumió esta idea de la arquitectura como un aparato médico. En L’architecture d’aujourd’hui, filme de Le Corbusier realizado en colaboración con Pierre Chenal en 1929, el arquitecto suizo prescribió una alternativa ante la fácil dispersión de las enfermedades en los entornos urbanos: la incorporación del cuerpo en un programa arquitectónico-médico. En la película, cuyo escenario es la Villa Savoye, hombres y mujeres se ejercitan en el jardín y toman baños de sol. “La casa”, plantea Colomina, “es antes que nada una máquina de salud, una forma de terapia.” La importancia del cuerpo saludable también fue pensada por arquitectos como Marcel Breuer, Walter Gropius y Richard Döcker, quienes incluyeron en sus proyectos terrazas y jardines con gimnasios. 

Para la autora, la medicalización de la arquitectura devino en una forma de construcción del cuerpo. “El cuerpo moderno albergado por la arquitectura moderna no fue un cuerpo unitario”, escribe, “sino una multiplicidad de cuerpos. El cuerpo no fue más un punto de referencia estable sobre el que se pudiera hacer arquitectura. Era un sitio de construcción.” Como ya se dijo, los espacios abiertos fueron una elección protagónica para esta proyección del cuerpo, así como el vidrio, material que, según Colomina, fue una continuación de los Rayos X, descubiertos por Wilhelm Conrad Röntgen en 1895. La primera imagen difundida de una radiografía fue la mano de la esposa de Röntgen, quien declaró haberse encontrado con su propia muerte: se volvía visible el último reducto del humano, y así, quedaron desdibujados los límites entre el adentro y el afuera, entre lo privado y lo público. 

Los Rayos X provocaron la ansiedad de la época, que identificó en el dispositivo una invasión casi pornográfica al organismo, aunque terminó siendo normalizado hasta convertirse en un beneficio tanto para la salud como para el control de las ciudades. Para la práctica médica del momento, las terapias radiográficas permitieron la detección temprana de la tuberculosis, y forjaron la imagen de la arquitectura moderna. En una serie de ejemplos canónicos, como el Rascacielos de Vidrio de Mies van der Rohe, la Fábrica Van Nelle de Johannes Brinkman y Leendtert van der Vlugt y la Casa de Cristal de Goerge Keck, Beatriz Colomina analiza el efecto radiográfico de los edificios y señala que, a través del vidrio, pueden observarse las estructuras y el mobiliario, como si el arquitecto estuviera interpretando una imagen de la caja torácica humana, principal foco de atención en lo que al diagnóstico de la tuberculosis respecta. Los efectos del vidrio sobre la planeación de las ciudades mutó en estrategias de vigilancia que, así como la Casa Fransworth –que, a decir de su propietaria, fue vista por los locales como un sanatorio para enfermos de tuberculosis–, están para vigilar al cuerpo. 

Para Colomina, el vidrio tiene un efecto paradójico: muestra al tiempo que cubre. Phillip Johnson dijo sobre su Casa de Vidrio que la vegetación que rodeaba a la obra funcionaba como un tapiz opaco que cubría los interiores, sin dejarlos del todo escondidos. ¿No es esta imagen doble, transparente pero críptica, la que producen otras formas de capturar imágenes, como las cámaras de vigilancia? Si la arquitectura moderna hizo de cierta manera públicos a los espacios privados, la transparencia se ha vuelto más dúctil y más omnipresente en la era contemporánea. Las redes sociales, la sobreproducción de tecnología en cámaras y la vigilancia en entornos hipervigilados, como son los aeropuertos, también construyen un cuerpo: el que produce información, ya sea sobre la belleza —la imagen de un influencer en sus entornos domésticos— o de lo que es legal —las cámaras tienen la capacidad de identificar si portas un arma. 

X–Ray Architecture, Beatriz Colomina, Lars Müller Publishers, 199 páginas, 2019. 

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