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De la escalera abierta al espacio moderno (III): escaleras mexicanas

De la escalera abierta al espacio moderno (III): escaleras mexicanas

15 mayo, 2014
por Juan Manuel Heredia | Twitter: guk_camello

por Juan Manuel Heredia | Portland State University / @guk_camello

emEscaleras mexicanas: (arriba) Juan O’Gorman [1-6] y Luis Barragán [7]; (abajo) Antonio Pastrana [8-9], Max Cetto [10-12] y Jorge González Reyna [13]

En 1952, al escribir sobre la arquitectura moderna de México, la crítica estadounidense Esther McCoy hizo un elogio de las escaleras diseñadas por los arquitectos mexicanos:

[En México] las escaleras son encantadoras (delightful), la curva siendo expresión personal de sus arquitectos […] Las primeras casas de Juan O’Gorman utilizaban bellas escaleras helicoidales al exterior que elevaban sus casas racionalistas al reino de la fantasía. El nuevo aeropuerto de Guadalajara, un edificio sin inspiración alguna, tiene una impresionante escalera con una curva muy atrevida y un barandal metálico, [un elemento] que muchas veces se omite en México. El factor de la seguridad no siempre es la primera preocupación de los diseñadores mexicanos. Existen por doquier escaleras sin barandal, suspendidas o de caracol. En la casa de Luis Barragán hay una escalera sin barandal que conduce de la biblioteca al estudio-mezzanine, cuyas huellas y peraltes están anclados al muro”.[1]

Las observaciones de McCoy se centran en la belleza de las escaleras mexicanas, una belleza que para su propio realce podía prescindir de los aspectos más elementales de seguridad. En efecto, al menos desde las primeras casas de O’Gorman los arquitectos mexicanos solían transformar aquellos elementos -esencialmente prácticos- en objetos escultóricos. Además de O’Gorman, McCoy mencionaba a Luis Barragán y aludía a figuras como Antonio Pastrana, Enrique del Moral y Max Cetto. Las escaleras de todos estos arquitectos, si bien servían su propósito de conducir de un nivel a otro, muchas veces se convertían en objetos de contemplación. No se trata exactamente de la prominencia visual alcanzada por las escaleras durante el siglo XVI, sino de una búsqueda más esteticista en donde lo importante no era el reconocimiento de la escalera como elemento orientador sino la belleza de la escalera misma. Las escaleras mexicanas, de hecho, podían llegar a ser demasiado llamativas y en ocasiones hasta visualmente abrumadoras. Ya en las célebres ‘pláticas de 1933’, el pintoresco ingeniero Raúl Castro Padilla criticaba la escaleras de O’Gorman por ‘gritar’ para llamar la atención.

em_2(Izquierda) Israel Katzman, Casa en Caxpa, ciudad de México 1956, (Derecha) David Muñoz Suárez, Casa en Fuente de Mercurio 40, Tecamachalco, 1968.

Dejando de la lado las motivaciones de Castro Padilla, sus observaciones no carecían totalmente de sentido. Estas se relacionan con lo que David Leatherbarrow llama el ‘doble compartimiento’ de los edificios o lo que Alejandro Aravena define como la ‘oscilación de la atención’ en la arquitectura.[2] Por un lado los edificios son resultado de procesos creativos cuya apreciación requiere de una actitud contemplativa; por el otro son instrumentos prácticos cuya belleza debe pasar –literal y metafóricamente- a segundo plano y servir de fondo para las acciones humanas. La primera implica una postura corporal frontal, atenta y concentrada; la segunda, tan solo una percatación marginal pero en cambio una atención a la vida misma. Cuando Walter Benjamin calificó de ‘disipada’ o ‘distraída’ la experiencia de la arquitectura, de lo que hablaba era del carácter recesivo de los edificios, inclusive de los más ‘llamativos’.

A pesar de su ‘encanto’, las escaleras mexicanas eran a menudo estrechas. Esto fue evidente durante los años del llamado ‘funcionalismo radical’. Carlos Leduc calificaba a O’Gorman como un arquitecto ‘muy ratonero’, y decía que sus escaleras eran ‘ridículamente incómodas’[3]. Otros arquitectos compartieron o heredaron aquel ‘ratonerismo’, producto tanto de un determinismo funcionalista como de un formalismo compositivo de raigambre académico nunca realmente cuestionado. En este sentido el carácter escultórico de las escaleras mexicanas era a veces resultado de un simple acto de compensación estética ante la pobreza espacial de las obras. Aunque México tiene ejemplos tempranos de escaleras abiertas y que durante la colonia hasta bien entrado el siglo XX esta tipología era común en el país (al grado de que cualquier palacio municipal posee una escalera imperial) el funcionalismo mexicano básicamente prescindió de ese elemento y de sus posibilidades espaciales. Solo hasta finales de los años cuarenta se exploraron caminos de mayor complejidad y ‘generosidad’ espacial y las escaleras recobraron algo de su papel orientador.

em_3Juan Sordo Madaleno y Jaime Ortiz Monasterio, Cine París, ciudad de México, 1953 (foto: Guillermo Zamora)

Con todo y su originalidad la escalera del estudio de Barragán era heredera de las formas y el esteticismo de O’Gorman (quien filtró su interpretación de la escalera Beistegui de Le Corbusier). La escalera del vestíbulo de la misma casa era, en cambio, una escalera en la tradición de las escaleras castellanas y con el sentido de apertura inaugurado por ellas. Aquí la tensión establecida entre los registros inferiores y superiores condensaba magistralmente la idea lecorbusiana de la promenade architecturale en tanto ‘pasaje de la tierra al cielo’. La escalera de la casa de O’Gorman en el Pedregal de 1952 usaba diferentes recursos pero obtenía -a pesar de su congénita estrechez- resultados similares. Una de las escaleras más impresionantes de la modernidad mexicana fue la del Cine París de Juan Sordo Madaleno y Jaime Ortiz Monasterio; otra, la de las oficinas de Bacardí de Mies van der Rohe. Estas dos son probablemente las mejores escaleras de tipo imperial o cuasi-imperial en México después de la de Manuel Tolsá en el Palacio de Minería. Fuera de estos y algunos otros casos -y a pesar de los elogios de McCoy- las escaleras mexicanas jamás se distinguieron por poseer un verdadero sentido espacial. De alguna manera ellas siguieron tratándose como elementos de servicio –utilizando preferentemente tipologías rectas, helicoidales o de media vuelta, muchas veces cerradas-, o lo que también sucedía muy a menudo, simplemente se embellecían y exhibían sus formas.



[1] Esther McCoy, “Architecture in Mexico” en Arts and Architecture 68 (Agosto de 1951), 46.

[2] David Leatherbarrow, Architecture Oriented Otherwise (Nueva York: Princeton Architectural Press, 2009), 8, y Alejandro Aravena, “Los hechos de la arquitectura”, en Alejandro Aravena, Fernando Pérez Oyarzún y Fernando Quintanilla eds. Los hechos de la arquitectura (Santiago: ARQ Ediciones, 2007), 17.

[3] Xavier Guzmán Urbiola, Juan O’Gorman: Sus primeras casas funcionales (México: Conaculta-INBA-UNAM, 2007), 45-52.

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