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De cómo la ciudad asesina 655 ciudadanos cada año

De cómo la ciudad asesina 655 ciudadanos cada año

6 septiembre, 2015
por Juan Palomar Verea

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La afirmación podría parecer alarmista, aun arriesgada. Pero son datos duros de la Secretaría del Medio Ambiente y Desarrollo Territorial. Cada año mueren 655 personas en la Zona Metropolitana, víctimas de enfermedades directas causadas por la contaminación ambiental. Si consideramos este factor, más los costos humanos causados por todas las molestias y enfermedades no mortales que la contaminación provoca, existirán razones para declarar un estado de verdadera emergencia ambiental.

Porque todos estos daños a la población y los altísimos costos humanos y económicos que suponen son parte de una inercia urbana que no parece tener freno ni final. Es preciso poner remedios de fondo, y no recurrir a paliativos. La verificación del buen funcionamiento de los vehículos de motor es plausible, pero no ataca una de las raíces principales del problema ambiental: el uso desmedido y desbocado de los automotores a lo largo y ancho de la ciudad, verificados o no. La combustión que producen esos mecanismos contamina irremediablemente la atmósfera.

Así que lo que hay que pensar muy seriamente es en las maneras de abatir sensiblemente los viajes automotores en la ciudad. Esto se pudiera lograr haciendo que cada individuo, cada familia, cada empresa, realice un ejercicio de racionalización de los viajes a efectuar en vehículos de motor. Con una buena planificación, que va de lo doméstico a lo industrial y lo gubernamental, se obtendrían resultados sorprendentes. Muchos viajes se pueden suprimir o sustituir con el transporte público o en bicicleta, otros tantos se pueden ahorrar con la eficiencia en su planeación para cubrir más destinos en un solo trayecto. Centenares de miles más se suprimirían si se hiciera obligatorio el transporte colectivo escolar. Otros tantos haciendo que se compartan los vehículos privados, y premiando –como lo hacen en otras partes- a los empleados de las compañías que utilicen para llegar a sus trabajos la bicicleta o el transporte colectivo. Por todos los medios, hay que reducir el veneno que respiramos a diario.

Obviamente, lo anterior no es nada fácil. Se requiere un convencimiento general de la población, una motivación poderosa que nazca del propio instinto de conservación: porque nos estamos envenenando solos. La gran herramienta para lograr esto son los medios masivos de comunicación, y las llamadas redes sociales. Con campañas permanentes, incisivas, contundentes, podría crearse una conciencia colectiva favorable a la limitación de los viajes automotores. Y en las mismas campañas, orientar con precisión a la gente acerca de cómo, para su propio provecho y economía, planificar todos sus desplazamientos prescindiendo lo más posible de los coches. Es cuestión de voluntad política, de concertación, de talento comunicacional.

Como contraparte, es necesario aplicar la misma fuerza y determinación, y los mismos métodos de comunicación, para que cada familia, cada empresa, cada dependencia oficial se convierta en un foco “verde”. Plantar árboles en todas las casas, locales, banquetas, estacionamientos, en todos los lugares adecuados al interior y al exterior de los predios. Y los Ayuntamientos, apoyados por Extra/Bosque Urbano y Árbol Con/sentido del Iteso, y otras instancias, deberán realizar programas emergentes de forestación intensiva en todos los espacios públicos y privados disponibles. A corto plazo.

655 muertos cada año. Con un solo muerto deberíamos de actuar. La situación es insostenible. ¿Qué esperamos?

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