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Cada vez que nos salimos del centro es un avance. Conversación con Jorge Wagensberg

Cada vez que nos salimos del centro es un avance. Conversación con Jorge Wagensberg

13 junio, 2011
por Javier Barreiro Cavestany

Javier Barreiro (JB): En la arquitectura y en la cultura en general sigue habiendo cierta confusión a la hora de distinguir entre lo natural y lo cultural. En tu artículo “La arquitectura natural” (Arquine 55) planteas ese problema de una manera que podría leerse como un dualismo. ¿Puedes aclararar tu postura?

Jorge Wagensberg (JW): La arquitectura natural es la que ocurre por selección natural, cuando la solución es antes que el problema. Cuando no hay un cerebro que está resolviendo algo, la ventaja tiene una desventaja, y es que necesitas millones de años para encontrar soluciones. Pero tiene una ventaja, y es que la selección natural sólo conserva los éxitos y elimina los fracasos. La arquitectura cultural, en cambio, puede buscar ideas, no soluciones, que luego tiene que desarrollar con su capacidad cognitiva. Y también puede encontrar soluciones en la naturaleza. No quiero decir que la naturaleza sea inteligente ni sabia, ni siquiera que sea la solución única, pero es una alternativa a tener en cuenta.

JB: ¿Cómo es que la especie humana desarrolló esa aptitud que la diferenciaría del resto de lo natural? ¿Lo cultural no es parte de lo natural?

JW: Lo cultural es un logro de lo natural. Emerge la cultura y la capacidad cognitiva por selección natural, pero luego inventa un área nueva. Lo mismo se puede decir de lo natural respecto a lo inerte. Por ejemplo, ¿por qué las estrellas son redondas y no cúbicas? Esto ni siquiera es por selección natural, es por selección fundamental. La vida se adquiere por selección fundamental y lo cultural por selección natural. La frontera entre lo natural y lo cultural está en el cerebro cognitivo, en la capacidad de trazar un plan, de anticipar la incertidumbre.

JB: ¿La diferencia no está en la capacidad de pensamiento abstracto y simbólico, de lenguaje articulado, en la capacidad de almacenar información y transmitirla de una cierta manera?

JW: Hay muchas inteligencias. La inteligencia O es la de una piedra. La inteligencia 1 va de una bacteria a una hormiga, que es procesar, anticipar lo que ya ha ocurrido, lo que está grabado. Un calamar no tiene ninguna ventaja importante sobre una hormiga. En cambio entre un pulpo y un calamar ya hay un salto brutal, que es fallar un plan A contra un plan B; pero entre un calamar y un perro vuelve a haber una distancia enorme: el perro tiene sobre el calamar que administra intestinos. Pero no puedes encontrar una vaca que no alivie sus intestinos sobre una alfombra persa. En cambio, un perro sí. Y después de la administración de instintos, viene justamente el símbolo, lo abstracto, la capacidad cognitiva.

JB: Pero esa manera de ordenar lo existente, siempre con el homo sapiens en el centro, ¿no se convierte en el dogma del antropocentrismo? Digo esto, sin dejar, claro, de reconocer lo específico humano.

JW: Cada vez que quitamos al ser humano del centro conseguimos un avance. No hay más que mirar la historia. Pero lo que no podemos evitar es ser el centro del pensamiento, porque pensamos nosotros, no piensa una piedra. Pero justamente el ejercicio que tenemos que hacer es barrernos del centro.

JB: ¿Por qué hay esa resistencia, es como un resabio teológico?

JW: Yo creo que es muy difícil sacarse como referencia cuando somos la referencia. Es decir, el cerebro es el centro del cerebro y por eso el yo es difícil sacarlo de adentro. Uno de los saltos importantes es la autoconciencia, el darse cuenta de que yo soy yo. Pero una vez sabes que tú eres tú, el problema de la objetividad es sacarte de en medio. Por ejemplo, Copérnico, respecto de Ptolomeo, el gran avance es haber sacado el planeta Tierra como centro del universo. El gran salto de Darwin fue sacar a la especie humana como centro de las especies biológicas, porque es una especie como cualquier otra. Freud sacó el inconsciente humano como centro de la conciencia. Es decir, cada vez que le damos una patada al yo, al ser humano como centro, damos un salto. La Revolución Francesa sacó del centro a la aristocracia y a la iglesia; el marxismo sacó del centro a la burguesía.

JB: Otro equívoco recurrente es la confusión entre naturaleza y paisaje. ¿Cómo se dirime en la ciencia la diferencia entre paisaje, como mirada sobre el entorno (cultural), y naturaleza, que sería lo dado (fundamental), pero de la que sin embargo formamos parte?

JW: Muy buena pregunta. La arquitectura consiste en crear la superficie que distingue el dentro del fuera, y el paisaje es el fuera. La física siempre empieza por definir el sistema de una manera irregular: sea éste el sistema y sea éste el entorno o paisaje el resto del universo. De manera que el sistema más el paisaje es la totalidad del universo.

JB: Y en el caso de un hormiguero, ¿por qué sería más natural que un rascacielos? ¿Lo que hace que algo sea artificial o cultural es el simple hecho de que es o no un producto humano?

JW: La clave está de nuevo en la selección natural y en la selección cultural. Un hormiguero nunca innova; si hay una novedad es porque se ha convertido en otro tipo de hormiguero. En cambio, un ser humano es capaz de encontrar algo no previsto, de plantear el problema primero y luego la solución. En el hormiguero la solución va por delante del problema. Si la incertidumbre te crea una situación nueva, un hormiguero o tiene la solución ó desaparece.

JB: ¿O sea contempla una gama de respuestas limitada?

JW: Las tiene que tener anticipadamente. Mientras que los humanos somos capaces de encontrar soluciones nuevas. Es la diferencia entre un ordenador y nosotros. Un ordenador tampoco tiene plan B. Un hormiguero es como una computadora, el cerebro de una hormiga está programado. Si por azar adopta una solución no prevista, esa hormiga no es capaz de enseñárselo a su prole. Cultural es el conocimiento transmitido por vía no genética. Además de los humanos, pueden hacerlo los chimpancés; también los elefantes, ciertos pájaros…

JB: En este sentido, ¿cómo funciona la relación entre lo funcional y lo formal?

JW: Últimamente, me he convencido de que lo bello no tiene porqué ser útil. Hay la belleza de lo inútil. Pero, al contrario, también hay una belleza intrínseca a lo útil. Todos los usos tienen una cierta belleza. Yo tengo un aforismo que dice: la ética es la estética del comportamiento.

JB: Pero siento que el dualismo sigue muy arraigado y termina siendo moralista. Creer, por ejemplo, que la vida y la muerte son cosas opuestas. Para un biólogo resulta obvia su falsedad: la muerte es parte del ciclo vital y ni siquiera un momento muy relevante…

JW: No, claro. Yo he llegado a la conclusión de a dónde ire cuando muera… A donde estaba antes de nacer. Un lugar donde no tienes que debatir si eres bueno o malo; algo muy alejado de la estética y de la ética.

JB: También tiene que ver con el culto de la individualidad que hemos construido los humanos, y que nos parece una conquista, pero eso trae aparejado un montón de angustias… La desaparición, la incapacidad de aceptar que uno forma parte de un ciclo más grande y que lo importante es el ciclo, no yo…

JW: Eso sólo tiene consecuencias malas para la colectividad… Hay esa definición de la vida como una enfermedad mortal de transmisión sexual. Bromas aparte, sólo se muere lo que está vivo, claro. Pero sí, no admitimos desaparecer… Tienes razón, está ligado a que no logramos apartarnos del centro. Y para superar eso tienes que salirte y mirarte desde afuera.

Fotos: Lourdes Grobet

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