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Arquitectos y vándalos

Arquitectos y vándalos

1 enero, 2018
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

¡Amigos de Nueva York, únanse a la protesta para salvar el edificio de AT&T del vandalismo de Snøhetta!”. Estas son palabras de Olly Wainwright, crítico de arquitectura de The Guardian, al conocer la propuesta de Snøhetta para transformar el célebre edificio de Phllip Jonhson y John Burgee en Nueva York.

Icono del siglo pasado, el edificio de AT&T se ubica en el número 550 de Madison Avenue y es conocido por su diseño, inspirado en las estanterías y armarios del famoso diseñador inglés Thomas Chippendale, que da la característica reconocible a la parte superior del edificio. Junto con esta parte, el otro elemento más reconocible del edificio es su entrada: un enorme arco de siete plantas de altura.

Este mismo arco es desde hace meses el centro de un debate sobre cómo se trata cierto patrimonio arquitectónico del siglo XX. En la propuesta desarrollada por Snøhetta se plantea eliminar el arco y convertir la fachada en un gigantesco escaparate. Tal idea ha causado la ira de muchos arquitectos que han puesto en el centro del debate el olvido del material de su fachada: el granito. “La ciudad de Nueva York ya no necesita más vidrio del que ya tiene (…) es el último gran edificio de piedra construido en la ciudad”, dijo el cineasta Nathan Eddy, uno de los mayores defensores del edificio de Johnson. Por su parte, Norman Foster se sumaba a la protesta con un comentario en su cuenta de Instagram: “Nunca simpaticé con el breve movimiento postmoderno —y con este edificio en particular. Sin embargo, es una parte importe de nuestro patrimonio y debería ser respetada como tal”.

La propuesta se define por un muro cortina ondulado de vidrio translúcido, que abre los niveles inferiores a la calle para que los transeúntes y curiosos puedan ver su interior. Además, el nuevo diseño plantea otras cosas: un nuevo sistema de ventilación, nuevos espacios abiertos y una más directa relación con la calle. Todo ello no evita lo que es para muchos un crimen: un acto vandálico contra un edificio que representa uno de los mejores puntos de partida de lo que significa la postmodernidad en arquitectura, que buscaba ampliar el diseño más allá de los límites funcionales. La afrenta se ha visto traducida como oportunismo: la posibilidad de hacer su diseño a costa de la transformación —destrucción, dirán algunos— de un edificio clave de la historia de la arquitectura reciente.

¿Qué pasa con el patrimonio arquitectónico del siglo XX? Polémicas a parte, no hay nada nuevo en este suceso. Nueva York ya ha tenido debates recientes e históricos, como ocurrido con el Folk Museum, demolido para dejar paso a la ampliación del MoMA de Diller&Scofidio+Renfro, o con el derribo de Penn Station en 1963. Y es que, salvo excepciones, como son la obra de Le Corbusier o de Barragán, ambas patrimonio de la UNESCO, no existe una protección muy clara de ciertos edificios modernos —menos aún de los postmodernos—; su cercanía en el tiempo —el edificio AT&T, actualmente conocido como Torre Sony, tiene “sólo” 33 años— no ha permitido su puesta en valor más allá del contexto arquitectónico, como da buena cuenta el reciente derribo sufrido por una de las joyas del brutalismo británico: el conjunto Robin Hood Gardens. Cierto es, además, que el modelo de nuestras ciudades busca, quizá más que nunca, el interés económico sobre el patrimonial. Sólo así se explica la desaparición de diversos edificios que han representado un hito para una ciudad en un determinado momento o tendencia de la disciplina. Aquí, además, existe un factor a tener en cuenta: ni Jonhson ni Snøhetta son arquitectos menores. Suyos —cada uno en su momento— son algunos de los trabajos más destacados de los últimos 100 años en el campo de la arquitectura, y la propuesta de los suecos modifica de forma clara el que es sin duda uno de sus principales aspectos por un nuevo diseño que no consigue crear el mismo efecto: quizá es más espectacular, pero está lejos de generar el mismo impacto de lo que significó el arco de Johnson en 1984: toda la propuesta no suma, sino que parece que pierde. ¿Es llamarlos vándalos algo muy exagerado?

La decisión parece venir de otro lado y lo peor es que parece que si no es Snøhetta quien lo haga, será otro, quizá peor. Como apuntaba Richard Nickel, “la gran arquitectura tiene sólo dos enemigos naturales: el agua y los hombres estúpidos”. Idea similar expresaba Donald Judd: “Junto a la bomba, el bulldozer es la invención más destructiva de este siglo (XX)”. Yendo más allá, ¿es el peor enemigo de un arquitecto otro arquitecto? La cuestión la vimos en México, como recordaban Francisco Pardo e Isaac Broid en este mismo blog en su diálogo arquitectos contra arquitectos.

Y, en medio, se cruzan intereses comerciales. Mientras, la arquitectura parece cada vez más condenada al recuerdo y la nostalgia, a los libros y las viejas paredes de museos. ¿Cómo hacer ver qué pasa con el patrimonio?






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