Libro del día ✅📚🏢

Columnas

Prometes y prometes: apuntes para un gobierno de la ciudad

Prometes y prometes: apuntes para un gobierno de la ciudad

28 noviembre, 2017
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

 

Presentado por:


 

Si la política es el arte de lo posible, las elecciones parecen ser el momento de adornarlo mediante el artificio de prometer lo imposible y a veces peor: lo intrascendente. En cualquier caso, tampoco hay que limitar a la política a encargarse de hacer lo posible sino entender que uno de sus principales objetivos es hacerlo posible, esto es, hacer que aquello que debe hacerse pueda hacerse. En términos de urbanismo y arquitectura, ¿qué temas habría que esperar trataran los próximos candidatos para el gobierno de la Ciudad de México? Sin duda hay muchos y son más sus implicaciones y complicaciones. Sin ánimo ni de resumirlos ni mucho menos de agotarlos, intentaré esbozar aquí cinco categorías de problemas que me parecen ineludibles en cuanto a la exigencia de pensar otras posibilidades para atajarlos.

 

1. El nombre es lo de menos: el territorio

Que el Distrito Federal haya desaparecido para que su nombre cambiara al de Ciudad de México es, pese a las pretensiones del gobierno que se acaba, casi intrascendente. La flamante Constitución de la Ciudad —por algunos muy criticada— y los cambios en la organización política que implicará pudieron haber tenido más peso, pero no ha sido así. La manera como se trataron ya en detalle las elecciones en las alcaldías —el carro completo— o el tema de la rendición de cuentas y la transparencia, por ejemplo, parecen probar que el cambio no estaba encaminado realmente a conseguir mejores formas de gobierno ni mayor participación ciudadana. Pero tal vez el verdadero problema del cambio de nombre haya sido que, al atender más a las ambiciones de políticos que a la construcción de políticas, no se tuvo en cuenta la magnitud real de la ciudad de México y las implicaciones de que no coincida con los límites territoriales de lo que fue el Distrito Federal. Al confundir el mapa con el territorio, los constituyentes vieron ciudad donde sólo hay reserva territorial —y que como tal debe conservarse por la eternidad, al menos— y a la ciudad con casas, calles y millones de habitantes la ignoraron y le quitaron la posibilidad de tener el mismo nombre y lo que le acompaña. Pues aunque el nombre sea lo de menos, al no entender que una línea en el mapa no separa de hecho al municipio del Estado de México de la recién inaugurada alcaldía en la ciudad se pospuso, hasta mejores tiempos, la posibilidad de plantear una forma de gobierno metropolitano que encare problemas graves como el abasto —la abundancia y carencia simultáneas— de agua, el transporte —o su escasez—, la contaminación y otros muchos asuntos que, por su naturaleza, ni entienden ni dependen de límites territoriales trazados arbitrariamente. Por supuesto se sabe que la sola idea de plantear una instancia de gobierno metropolitano para la verdadera Ciudad de México —esa que ocupa parte de lo que fue el Distrito Federal y otra igual en el Estado de México— disgusta y asusta a políticos que aun imaginan esos territorios como bastiones de su poder feudal.

Quienes presenten su candidatura para gobernar el ex-Distrito Federal deberán entender que la Ciudad de México les queda grande, literalmente. Y si no plantean la necesidad de políticas metropolitanas y de instituciones que sirvan para gestionarlas, seguirán posponiendo para tiempos mejores —siempre ya pasados, diría el dicho— la auténtica reforma urbana de la megalópolis mexicana.

 

2. México en una laguna: el agua

El águila no se equivocó. ¡Qué iba a saber ella que unos verían una señal donde ella encontró un manjar! El daño está hecho y se invirtió mucho esfuerzo, mucho dinero y hasta mucha inteligencia en hacer bien lo que estaba mal en principio. Se sacaron las aguas y se secaron los lagos y hoy, aunque reconozcamos el error, persistimos en empeorarlo. Cuando llueve el agua sabe que de aquí no sale y, pese a túneles profundísimos por los que podría marchar un ejército, el caño no se da abasto. Cuando no llueve, como el agua la tiramos, hay que traerla de cada vez más lejos o extraerla de cada vez mayor profundidad para repartirla, desigual e intermitentemente, por la ciudad. Del agua potable que a un costo muy alto se obtiene, perdemos casi la mitad no sólo por filtraciones a causa de la falta de mantenimiento a la infraestructura sino porque la subestructura —el suelo— es blando y se mueve, quebrando tuberías y desagües —con lo que el agua potable se mezcla con otras no tanto. Ese mismo suelo ganado a los lagos y que en la superficie se revela amenazante cuando llueve en demasía, es todavía más peligroso cuando tiembla. Lo acabamos de sufrir. El problema del suelo que cuando no se quiebra se licúa no es independiente al del tratamiento que da la ciudad a las aguas, potables, pluviales o residuales. Desde hace tiempo hay propuestas para revertir el rumbo y escapar al desastre que más que anunciado ya es vivido. El incipiente lago que Nabor Carrillo y Gerardo Cruishank empezaron a recuperar en el lecho del lago de Texcoco y el ambicioso plan que lo acompañaba o el aun más ambicioso proyecto —aunque no necesariamente utópico, en el sentido casi peyorativo que a veces se da a esa palabra— de Vuelta a la ciudad lacustre, del equipo liderado por Alberto Kalach o, a otra escala, la idea de recuperar el río entubado en el Viaducto, de Taller 13, o el parque Quebradora en Iztapalapa, desarrollado por la UNAM y Taller Capital, son algunos de los pocos proyectos pensados para dar respuesta al grave problema del agua en el Valle de México.

Quienes presenten su candidatura a gobernar el ex-Distrito Federal deberían incluir propuestas de cómo atender con urgencia el o, más bien, los problemas del agua, pues cualquier solución que se piense al respecto exigirá planeación y acciones a mediano y largo plazo que rebasan por mucho el periodo efectivo de quien ocupe el puesto.

 

3. La región más transparente: el aire

Como otras ciudades del continente americano, México apostó todo, o casi, al automóvil. Y lo apostó todo, o casi, aun si la mayor parte de la población se transporta usando medios distintos al automóvil particular. Menos de tres de cada diez viajes en la zona metropolitana de la ciudad se hacen en coche y, sin embargo, la proporción en el dinero público invertido en movilidad es prácticamente la inversa. Las políticas de movilidad han privilegiado a una minoría que, irónicamente, dada la lógica misma del automóvil, ha visto su movilidad reducida en ciertos momentos incluso a velocidades inferiores de las de un peatón. Los automóviles no son la única causa pero sí de las más importantes de la contaminación del aire en la ciudad. Las condiciones geográficas del valle, a más de dos mil metros de altura y rodeado por montañas aún más altas, que son las mismas que propician lluvias e inundaciones, hacen que el aire contaminado se estanque durante varios días cada año, imprudentemente calificados por algunos funcionarios a cargo de esos asuntos como excepcionales: la contingencia ambiental es el equivalente atmosférico de las atípicas lluvias recurrentes. La solución a la contaminación del aire no son tajos en los cerros ni monumentales ventiladores —como no fue solución a las inundaciones construir titánicos caños. La verificación obligatoria de motores y los días sin auto algo han ayudado —pese a la oposición de autodependientes irredentos— pero al fin no son más que paliativos a corto plazo. Controlar el smog —neblumo o humiebla— implica repensar las modalidades dominantes de transporte en la ciudad apostando por lo colectivo, lo público y las energías si no limpias, menos sucias, empezando por las propias del cuerpo. Al mismo tiempo, hará falta limitar —cancelar, diría yo— la usual complacencia —autocomplacencia, las más de las veces— que se ha tenido en la ciudad con los usuarios habituales de automóvil privado, quienes, como ya se apuntó, han sido favorecidos por políticas públicas que no siempre benefician a las mayorías.

Quienes presenten su candidatura para dirigir el gobierno de esta ciudad, tendrían que proponer planes claros y viables para mejorar el transporte público —lo que incluye atender el problema del transporte concesionado, que se ha dejado crecer por décadas hasta el punto en que hoy parece irresoluble— y, al mismo tiempo, estudiar las posibilidades de limitar el uso de automóviles privados, lo cual incluye, sin duda, abandonar la mala costumbre de usar obras viales —segundos pisos o deprimidos— como bandera y, de paso, caja chica electoral.

 

4. La misma ciudad y la misma gente: la calle

El espacio público es puro cuento. O dicho con más seriedad, como apunta el antropólogo Manuel Delgado, es pura ideología. No hay espacio público sino ideas del espacio público, de cómo se ocupa y cómo se construye. Y si la ideología depende de la consciencia de clase —sea falsedad bien estudiada, puro teatro o simplemente cierta visión que responde a ciertas condiciones—, el espacio llamado público es en realidad la representación que nos hacemos de eso: lo público y el público. Esto es, de nosotros mismos. Se podría decir que la ciudad es básicamente un conjunto de calles y de casas. Es mentira, pero funciona decirlo así. Empezando por las calles habría que entenderlas como el teatro de lo público, para seguir con los lugares comunes. Pero es justamente de eso que se trata: del lugar común y de un teatro en el que el público no es sólo espectador sino también y fundamentalmente actor. Y más: los habitantes de la ciudad somos espectadores y actores, directores y productores y de paso críticos de nuestra propia puesta en escena. El gobierno que ya —por suerte, pensamos varios— termina, no lo entendió así. Inició con un lema —decidiendo juntos— que jamás puso en práctica y que termino cambiando por otro que revelaba su inclinación a la imposición y su poca paciencia y experiencia en asuntos de participación: por ti, al que habría que agregarle un aunque no quieras ni te haga falta —o, con mayor cinismo, declamar la frase completa: uno por ti y nueva para el inversionista y para mi. Ocurrencias absurdas, como el engañosamente llamado Corredor Cultural Chapultepec, y proyectos pensados como negocio para unos cuantos, sin garantizar beneficios comunes, como la transformación de los Centros de Transferencia Modal en centros comerciales o las propuestas de transformación para algunas zonas de la ciudad desde visiones primordial si no es que totalmente de desarrollador inmobiliario, fueron el modus operandi del gobierno actual. Las propuestas de reconstrucción tras los terremotos de septiembre confirmaron la poca visión política y social de la urbe que tiene este gobierno y su desprecio por la participación y la transparencia.

Quienes apuesten a gobernar la ciudad en el Valle de Anáhuac, deberían explicar en sus plataformas y programas cómo gobernarán realmente con la gente, cómo entienden la construcción, primero, y la administración, después, de lo público y cómo sus políticas pretenden enfrentar asuntos relativos a la participación y la inclusión, fundamentales en una ciudad con las grandes desigualdades sociales y económicas como la de México.

 

5. Por vivir en quinto patio: la vivienda

Eres de donde vives. Más: eres donde vives. En francés se dice chez moi, conmigo mismo, al hecho de estar en casa: ahí es donde me encuentro, no sólo por ser mi domicilio legal sino el lugar de mi estancia en el mundo. En México preguntamos dónde vives y no cuál es tu dirección o tu domicilio. No cabe duda que la vivienda es un problema finalmente ontológico. Y aunque el término parezca pretencioso, si por vivir en quinto patio se va la cuarta parte de tu vida en ir de un lugar a otro o la mitad de tu salario en pagar la renta o la hipoteca, es claro que la vivienda es un problema existencial. La Ciudad de México es una ciudad extensa. Creció mucho y poco al mismo tiempo. Mucho horizontalmente y poco en altura. Se dice que en promedio la zona metropolitana del Valle de México con trabajos alcanza los dos pisos. El suelo en la zona central de la ciudad es caro y en las periferias, donde es más barato, los servicios son escasos y las distancias a recorrer podrían calificarse como inhumanas. Invertir tres o cuatro horas del día en transportarse sólo vale la pena si el destino final es una playa o la ciudad de tus sueños y no el trabajo de cada día. Si parte de la solución a ese problema es el transporte público, otra, quizá más importante, es la vivienda. Ya lo ha dicho Félix Sánchez: la mejor movilidad es no moverse. Quienes tenemos el privilegio de poder llegar caminando en unos cuantos minutos de nuestra casa a nuestro trabajo sabemos todo lo que así se gana y lo que se deja de perder. Comer en casa o dormir unos minutos más en las mañanas son auténticos lujos que muy pocos podemos darnos en esta ciudad. La solución al problema parece obvia y la repiten urbanistas y arquitectos así como desarrolladores inmobiliarios y políticos a coro: densificar. Pero el aparente acuerdo entre ese cuarteto no garantiza la validez de su propuesta. Sin políticas urbanas, que incluyan programas sociales y económicos eficientes, densificar es una palabra que vagamente se emplea para construir más donde había menos y ese más generalmente es sólo socio del negocio. Más pisos no garantizan por sí mismos vivienda asequible para más personas; más unidades de vivienda construidas sólo para cierto nicho de mercado no evitan que la ciudad siga creciendo en extensión. Al contrario: la exclusión y el desplazamiento de habitantes que provoca la toma de ciertos barrios por la industria inmobiliaria muy bien pueden ser causa de que la ciudad siga creciendo a lo largo y ancho al mismo tiempo que a lo alto. Uno vive donde puede, pues.

Quienes presenten su candidatura para gobernar esta ciudad deberán atender el problema de la vivienda con propuestas eficientes, al mismo tiempo innovadoras y viables, que no dejen toda acción sujeta a los vaivenes del mercado, que por su propia lógica desatiende a quienes menos tienen, y que acompañen a la construcción de habitaciones con los servicios y la infraestructura que haga falta. Anteponer, pues, las políticas urbanas a las visiones del desarrollador inmobiliario y las ambiciones del político de turno.

En resumen, los problemas son muchos y complejos, aun resumidos en categorías esquemáticas como territorio, agua, aire, calles y casas. Algunos de esos problemas se han venido complicando con los años de abandono y olvido, de no entenderlos ni atenderlos o de simplemente dejarlos pasar a sabiendas de que la siguiente persona en encargarse del gobierno encontrará la situación aún más difícil y probablemente hará lo mismo: dejarlo para quien siga. Pero plantear posibles respuestas a esos problemas resulta hoy impostergable. No es que dejarlos sin resolver nos acerque más a un cataclismo anunciado sino que la degradación de la vida urbana para millones ya es un hecho cotidiano. No es profecía, es vivencia. De quienes se postulen al gobierno de la Ciudad de México habrá que esperar promesas y propuestas, pero también y principalmente honestidad al enfrentarse a estos y otros temas torales. Del conocimiento de las condiciones reales en las que vivimos depende mucho y otro tanto de la capacidad de plantear, a partir de las mismas, lo que es posible y lo que no. Pero sobre todo de imaginar cómo hacer que lo que es necesario hacer pero aun imposible, llegue a ser posible. Eso es la política.

 

En Arquine y en MEXTRÓPOLI estaremos atentos a las propuestas de quienes busquen encabezar el gobierno de la Ciudad de México y a escuchar y discutir sus propuestas para hacer posible, quizás, una mejor ciudad.

 

 


 

El debate continúa en MEXTRÓPOLI 2018 | Conoce más del festival que durante cuatro días hará de la ciudad una experiencia extraordinaria |  mextropoli.mx

 


 






Artículos del mismo autor