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Apuesta vital por el barrio

Apuesta vital por el barrio

23 julio, 2018
por Juan Palomar Verea

La base de la ciudad está constituida por las redes de solidaridad y comunicación que conforman su tejido social. Y estas redes prosperan cuando los entornos físicos les son propicios, cuando los ámbitos en los que la vida comunitaria sucede fomentan la sana interacción entre los individuos. Es el caso de tantos barrios de Guadalajara.

Estos barrios son contextos construidos en los que los habitantes encuentran un principio de identificación, un marco vital dentro del que pueden desarrollar múltiples actividades, en el que se tejen relaciones duraderas y de mutuo respeto. Nunca faltarán los conflictos, los que casi invariablemente se resuelven con el diálogo y el acuerdo amistoso.

Las ciudades de raíz latina, desde siempre, han estructurado su funcionamiento a través de demarcaciones cuyos pobladores mantienen un sistema de modos de vida compatibles, con ocupaciones y oficios, costumbres y celebraciones que les confieren una trama física y anímica común sobre la que se puede desarrollar el desenvolvimiento vital de un grupo humano.

No otro fue el origen del tejido urbano tapatío que, con sus avatares, subsiste a través de los siglos. Fue así que al núcleo fundacional de la ciudad acompañaron los principales barrios originarios: Mexicaltzingo, Analco, Mezquitán, San Juan de Dios. Y luego vendrían tantos otros que reprodujeron un tejido en el que los moradores encontraban respuesta a sus principales necesidades y por los que se integraban y complementaban naturalmente con el resto del entramado citadino.

Este sistema de relaciones ha probado a lo largo del tiempo su solidez y arraigo. Los asentamientos que se han dado a través de la historia responden casi siempre a un código genético que se acuerda con la idiosincrasia y las necesidades de los diversos grupos humanos que, de manera natural, forman comunidades, establecen redes de comunicación y solidaridad, responden a objetivos no por tácitos menos determinantes. Los barrios, por su misma naturaleza, no solamente aceptan sino que se nutren de la diversidad, de la variedad de caracteres y visiones.

Es así que los asentamientos que comenzaron de forma irregular y de manera desestructurada a partir de los años setenta del pasado siglo han logrado, gradualmente, encontrar esquemas de funcionamiento y relación que desembocan en verdaderos barrios, sin importar muchas veces las denominaciones oficiales a que respondan. Existen, por supuesto, otros contextos cuya naturaleza dificulta su integración, y su identificación por propios y extraños. Es necesario encontrar para ellos los espacios de reunión y convivencia, los hitos y símbolos que propicien la indispensable cohesión social.

El barrio, sus principios y características, tienen plena vigencia. Así sucede en innumerables ciudades y pueblos de nuestro país y del mundo. Lejos de ser un resabio del pasado, son la garantía de comunidades sanas e integradas de cara al futuro. Es fundamental buscar su conservación, fomento e implantación como instrumento de civilidad y progreso.

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