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Aires de familia o del copiar en el dibujo

Aires de familia o del copiar en el dibujo

8 abril, 2021
por Juan Carlos Tello

¿A quién no le han dicho alguna vez que copiar está mal? Cuando tenía siete años, pasaba mucho tiempo dibujando, copiando fotografías de animales que llamaban mi atención en El pequeño Larousse ilustrado en color. Me fascinaba dibujar y tenía la necesidad de copiar. Unos años después, en la ciudad de Xalapa, me inscribieron en el Instituto de Bellas Artes, donde comencé a aprender a moldear figuras de barro. Pasé horas en casa haciéndolas y cociéndolas encima de un calentador de petróleo que teníamos en casa. Seguí copiando imágenes de animales del Larousse. Cuando nos mudamos a Orizaba, me inscribieron en el IRBAO, donde conocí a quien fue mi primer maestro, el primero que me enseñó a observar con detenimiento. El primer día con él la experiencia no fue tan buena. Mientras intentaba copiar un dibujo que estaba colgado en el estudio, me dijo: no copies, trata de expresar algo con lo que ves. A los nueve años no comprendí su comentario. Hoy tampoco, y de hecho me niego a comprenderlo.

Los seres humanos aprendemos copiando. Es copiando que entendemos cómo funcionan las cosas. Copiándolas tratamos de entenderlas. Es lo que hace un ser humano desde que nace, o a partir de que se entera de que él no es el mundo entero, que es una persona y que lo que lo rodea no es él. Entonces comienza a repetir gestos, acciones que lo hacen ser parte del mundo de aquellos que lo rodean y le muestran algún interés. 

Un conjunto de botellas frente a mí fueron el primer modelo. Primero a lápiz, luego crayones, luego óleo en blanco y negro para al final añadir algún color. Parecía sencillo, tenía las botellas frente a mí para copiarlas. El problema empezó cuando me dijeron que había que abstraer para lograr la pintura. A los doce años la idea me pareció extraña, supongo que así hubiera sido para cualquiera a esa edad. Supuse que un pequeño cuadro colgado en el estudio era una pintura “abstracta”. Como en examen, volteaba a verlo cuando suponía que el maestro no veía, copié la pintura abstracta para terminar aquella tarea.

Gehry vs. tesis

Miralles vs. Stuttgart

Años después, en la universidad, mi proyecto final de carrera fue una iglesia en el Ajusco. Era el apogeo del deconstructivismo, con proyectos de Gehry, Coop Himmelblau, Morphosis o Seven Holl. Construí un monstruo, verdaderamente. Pedazos de uno y otro de los mencionados, tratando de hacer coincidir, como en rompecabezas, los fragmentos que copiaba. Después, al estudiar un posgrado en Frankfurt, donde Enric Miralles era mi maestro, me invitaron en una oficina de arquitectura donde trabajaba a hacer un concurso con ellos, un edificio de oficinas con conexión al tren subterráneo. Me dieron toda la libertad de hacer lo que mejor me pareciese. Decidí hacerlo como su fuera Miralles quien lo hiciera —¡qué ingenuo! Tomé como ejemplo la Sala de gimnasia rítmica de Alicante. No obtuvimos ni mención. Quizá la copia no fue buena y nade se creyó que fuese Miralles. Pero en ese ejercicio, al tratar de igualar los gestos —llamémosles tics— del proyecto, aprendí mucho.

Fehn vs. Coyoacán

Miralles vs. Zapopan

 

De vuelta a México, mi primer encargo fue un proyecto familiar. Una remodelación y ampliación de una vieja casa en Coyoacán. Tomé algo del Castell Vechio de Carlo Scarpa para separarme de la colindancia demoliendo una parte y logrando iluminar el interior. Tomé algo del pabellón de Sverre Fehn en Venecia. La sala de la casa tiene una losa apoyada en una serie de vigas que se extienden al jardín, para ampliarla, respetando los árboles existentes. Volví a tomar algo de Miralles, de la estructura para el pabellón en Japón y del techo que precede la entrada al polideportivo de Huesca, para una estructura metálica que sostiene las vigas. En otra casa, en Zapopan, un croquis para el Cementerio de Igualada, de Miralles y Pinós, me ayudó a entender cómo dar profundidad y ocupar el muro de la colindancia.

Con los años, las copias se han vuelto más sutiles, o eso quiero pensar. Con la práctica observamos con mayor agudeza. Muchos lo han hecho.

En la academia en Frankfurt enseñaba Peter Kubelka, cineasta experimental, músico, arquitecto y maestro de cocina austriaco. En 1957 Kubelka filmó Adebar, un corto en en blanco y negro, de apenas dos minutos al alto contraste en el que siluetas blancas o negras bailan. Se trató de un encargo para la publicidad de un club vienés. La escena hace pensar en la escena de baile en Mulholland Drive (2001), de David Lynch —o, más bien, al revés. Lo mismo que el trabajo de Johathan Ive para Apple nos hace recordar el trabajo de Dieter Rams para Braun. David Hockney dice que en su juventud vivió a la sombra de Picasso, y que precisamente las obras cubistas de éste le llevaron a hacer sus ejercicios fotográficos. El artista coreano Osang Gwon toma a su vez el trabajo de Hockney y le da, literalmente, otra dimensión. Podemos encontrar infinidad de ejemplos de cómo se aprende copiando. Creo que no hay otra manera.

Alguna vez oí que en Japón se registran cerca de 13 mil patentes al año. Durante años, se decía que los japoneses copiaban la tecnología de los Estados Unidos. Fue mucho lo que aprendieron. 

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