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Columnas

Alternativa por la seguridad urbana

Alternativa por la seguridad urbana

18 julio, 2017
por Juan Palomar Verea

 

El usuario más vulnerable de la calle es quien le otorga mayor seguridad. Si un anciano se sienta en su esquina, si un grupo de niños juega libremente en las banquetas y arroyos, si una mujer sola camina de noche por un determinado rumbo, son ellos los que garantizan para todos los demás un contexto callejero tranquilo, transitable, habitable.

Las calles las hacen las personas, sus hábitos, su presencia. Las vialidades abandonadas por los peatones, destinadas solamente al tránsito automotor, son hostiles y frecuentemente peligrosas para todos. Los espacios públicos solamente lo son en realidad cuando son apropiados por grupos humanos: barriales, vecinales, o en simple tránsito.

Por demasiado tiempo los esfuerzos por regular y conducir el destino de las ciudades han pasado por procesos eminentemente tecnocráticos, enfocados en buena parte en mecanismos regulatorios, centrados en escalas y representaciones a las que escapa la calidad inmediata y cotidiana de la experiencia urbana.

¿Cómo determinar en planos urbanos a escala, digamos, diez mil, cuál esquina admite una plazoleta, qué cruce en particular propicia un pequeño parque, qué sección vial es adecuada para banquetas amplias, arboladas y conviviales? Y, sin embargo, estas coyunturas de la pequeña escala son las que logran volver más habitable la ciudad.

Una ciudad introvertida es, por esencia, una ciudad insegura. Los “estilos” de vida que la época propone vuelven a los individuos cada vez más ausentes de los ámbitos públicos. Los ingratos traslados pendulares propician, al llegar a las casas, un ensimismamiento que fractura a las comunidades inmediatas. El confinamiento comercial y consuetudinario en las llamadas “plazas” comerciales empobrece radicalmente la convivencia urbana. La televisión –que ahora multiplica sus ofertas para tener cautivos a los espectadores– y los juegos de video no son más que la parte más visible de ese ensimismamiento que fomenta el consumismo y la alienación de la comunidad.

Ningún plan parcial está completo sin un componente (un “layer”, un nuevo plano dispuesto en los ordenamientos) que lleve una denominación de “renovación urbana”. Para ello, obviamente, se requieren estudios mucho más puntuales y participativos mediante los que, en todas las demarcaciones citadinas, y a las escalas adecuadas, sean detectadas y formalmente propuestas acciones específicas de mejoramiento de los contextos vecinales, barriales y distritales. ¿Qué es mucho trabajo? Claro. Pero esto es, al final, lo que marca la diferencia con las ciudades que sí saben qué quieren y a dónde van.

Hasta ahora, este tipo de acciones –cuando suceden– han sido aisladas y casi fortuitas. Aterrizar toda la planeación urbana, además de en las grandes medidas y lineamientos, en la vida cotidiana de cada habitante permitirá, por parte de éste, reconocerse en una comunidad, habitarla, cuidarla, y hacerla más segura.






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