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Refugio, refugiados, sin refugio: sobre la violencia excluyente de la arquitectura

Refugio, refugiados, sin refugio: sobre la violencia excluyente de la arquitectura

18 julio, 2018
por Léopold Lambert | Twitter: TheFunambulist_

Llueve fuerte. La gente corre para buscar abrigo bajo el techo de la parada de autobuses más cercana. Pronto, el espacio protegido de la lluvia está lleno de cuerpos; algunos pequeños, otros grandes, pero todos ocupan una porción de ese preciado espacio. Un cuerpo más intenta colocarse bajo el techo. Otros cuerpos se aprietan entre sí tanto como pueden, pero pronto todos entienden de que ya no hay más espacio disponible: el cuerpo adicional es excluido socialmente de la protección que otorga la arquitectura y, en consecuencia, se moja. Podemos afirmar que esta exclusión es posible gracias a la (por definición limitada) acción de la arquitectura. Por supuesto, en esta historia la exclusión no puede considerarse injusta: “el que llega primero es atendido primero” es la regla común a la que se llega por consenso cuando las condiciones para “llegar ahí” son las mismas para todos.

Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, los protocolos de exclusión del valor agregado producido por la arquitectura no operan bajo esa regla. Más bien, operan bajo el concepto legal de propiedad, en alto grado político (y por lo general atribuido de manera injusta) y, por tanto, implementa la exclusión social de todos los cuerpos que no se benefician bajo tal concepto. Podríamos vivir en un mundo donde los límites de esos territorios basados en la propiedad se marcaran sólo con líneas en el suelo, como en la película de Lars von Trier Dogville (2003). Esos límites serían tácitos y fácilmente se violarían. Para impedir eso, la arquitectura se ha dado los medios para forzar esos límites mediante la materialización de muros demasiado inertes para moverse o destruirse mediante cuerpos sin herramientas. Al contrario, lo que comúnmente se percibe como arquitectura actúa a ambos lados del muro: el espacio de inclusión y el espacio de exclusión. Es particularmente chocante que en el caso de ambientes carcelarios o de confinamiento, lo que llamamos “el interior” corresponde de hecho al espacio de exclusión mientras “el exterior” corresponde al espacio de inclusión a escala de la sociedad.

Quienes en inglés son llamados homeless reciben en francés un nombre que podría traducirse como refugeless: sans abri. Una persona sin casa es un cuerpo sometido sistemáticamente a la violencia excluyente de la arquitectura, , un prisionero “del afuera”. De manera similar, no es una casualidad que el estatuto legal del “refugiado” surja de la palabra “refugio.” Refugio, tanto en un nivel legal como arquitectónico, es precisamente lo que niega la “fortaleza Europa” o la “fortaleza Reino Unido” a las personas que huyen de situaciones de precariedad existencial o económica. Sea el muro o el bloque de vivienda o los muros que surgen en las fronteras internacionales (y dentro de territorios nacionales como Palestina), la arquitectura siempre refuerza la dominación de relaciones de poder entre cuerpos: aquellos que se benefician de la protección de esos muros y aquellos que son excluidos de la misma. Los arquitectos deben aceptar que tienen que ver con el poder cuando ejercen su disciplina y reflexionar en la manera como el peso de las relaciones de poder dominantes pueden ser desafiadas en los espacios que diseñan.

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