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Manuel Larrosa: periodismo arquitectónico

Manuel Larrosa: periodismo arquitectónico

20 septiembre, 2016
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj

IMG_7603Fotografía: Dirección de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico Inmueble del INBA

Manuel Larrosa (1929-2016) hizo de la arquitectura una narración cotidiana. Contaba con asombro lo que damos por sentado y escribió de la ciudad como ningún otro arquitecto. Dejó crónicas palpables a nivel de banqueta. Contextualizaba momentos, historias, lugares y personajes. Transportaba y acercaba a los lectores para evidenciar que la arquitectura funciona más allá de los muros. No sólo tenía algo que decir sino que conseguía una única manera de ponerlo en simple, en un esfuerzo de síntesis para restar comas hasta conseguir su mejor expresión.

Sus crónicas fueron la mejor forma de entablar diálogos narrativos. No sólo contaba la función formal y utilitaria de la arquitectura sino las ideas e historias detrás, siempre engarzando temas sociales, políticos y culturales. Reunió un compendio crítico que patentó como Periodismo arquitectónico, definido así en su colección de crónicas urbanas sobre los avatares de las ciudades. Provocó la invención del relato y la palabra contemplativa para así definir espacios construidos e imaginados. Para Larrosa, los trazos y tachones sobre el papel urbano fueron el mejor testimonio de la realidad política y social de una ciudad donde los procesos se comprimen, esquematizan y aceleran. Y como toda crónica, escribía párrafos breves y de poca extensión pues el exceso de palabras y comas siempre deja una sucesión dispersa de puntos suspensivos.

En su libro, publicado en 2007, Larrosa escribió que resultaba acuciante la necesidad de crear un Centro de Estudios Urbanos con el fin de acabar con la pretensión de hacer la crónica de lo imposible a través de la documentación histórica y los estudios urbanos sobre el crecimiento y evolución de las ciudades: “La sistematización del conocimiento sobre nuestra ciudad, lo cual demanda procedimientos científicos y técnicos, ya que se trata de un fenómeno que para abarcarlo con utilidad social no bastan la capacidad de un hombre, por apto que sea, no tampoco la del género literario-histórico, al cual recurre la crónica, pues aún con la hipotética y portentosa reunión del periodismo, crónica, historia y literatura, en un no menos sorprendente ejercicio creador, éstas no son las disciplinas que le pueden dar satisfacción a la necesidad de conocimiento que tenemos de este fenómeno único en el mundo que es la ciudad de México”.

Si bien decía que la arquitectura es una compañera solidaria de vida, desde su primera habitación en Ciudad Juárez hasta la puerta al infinito, mantendría una pareja implacable en la escritura. Su lado arquitectónico y artístico encontró alianzas fundamentales en Guillermo Rossell de la Lama y artistas como Manuel Felguérez, Vicente Rojo y Alberto Gironella para la idea de museo dinámico.

En el otro, afianzó un género más personal, libre y versátil, aún más exigente al momento de conformar un discurso narrativo que no se remitió a describir múltiples realidades sino que hizo evidente lo invisible de nuestro entorno. La suma de ambos derivó en espacios e imaginarios descritos desde un periodismo arquitectónico, único y singular.

Hace un par de semanas recibió la Medalla Bellas Artes, en un afortunado acto de homenaje en vida anticipado por la Dirección de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico Inmueble del INBA. Larrosa comparó la hojarasca arquitectónica actual frente a la vocación original de la arquitectura para el cultivo y cosecha de espacios desde sus cimientos. Utilizaba ingeniosas metáforas y brillantes críticas para construir las ideas de su arquitectura, tanto en palabras como en ladrillos. Descentralizó el discurso arquitectónico con otras manifestaciones. Al acercar la arquitectura con el periodismo –o el periodismo a la arquitectura– consiguió atraer otros públicos, lectores y ciudadanos curiosos quienes leían a un cronista informado, culto e inquisitivo.

Xavier Guzmán lo definió con la misma precisión y escrutinio con que él lo habría hecho: “Manuel critica, denuncia, señala, pero con una claridad y compromiso poco comunes. Su escritura se une a una corriente más amplia que ha venido abriendo espacios de reflexión e intercambio en todos lo ámbitos de la realidad nacional, que ha exigido atención para las voces de quienes desean ofrecer su aportación valiosa, que se ha empeñado en participar en la toma de decisiones, en fin, que está comprometida con “el dificultoso tránsito a la democracia –como él mismo lo llama y lo plantea– que también dificulta el desarrollo de la arquitectura”.






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