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La urgente labor de apropiarse de las calles

La urgente labor de apropiarse de las calles

11 noviembre, 2017
por Juan Palomar Verea

 

Existen acciones oficiales que es necesario apoyar, e incluso celebrar con la debida cautela. Es el caso de los esfuerzos de arborización de ciertas calles que el ayuntamiento –o en ciertos casos la SIOP– han llevado adelante en los pasados meses. Es necesario destacar una positiva mutación en algunas de las medidas que para renovar las vialidades se han producido. “Renovar” una vialidad consistía simplemente en un trabajo de bacheo más o menos intenso, o de una nueva pavimentación del exclusivo arroyo de las calles. Todo, dedicado al mejor rodamiento de los vehículos automotores.

A nadie escapa que tal criterio tuvo casi siempre un ojo puesto en la satisfacción de los conductores de tales vehículos, activos y naturales representantes de un sector latoso y significativo en términos electorales. Un arroyo vehicular con defectos produce una viva irritación en ese sector, que sabe que los desperfectos en su camino atacan directamente a sus unidades de locomoción y, por lo tanto, a su economía.

Por tristes razones, no había sucedido lo mismo con el grueso de la población que cotidianamente se resignaba a transitar por banquetas disminuidas, obstaculizadas, llenas de roturas y desniveles. Y carentes de un arbolado apropiado y, dadas las características climáticas locales y la creciente contaminación en todos los órdenes, indispensable. Un moderado optimismo hace creer que una parte significativa de los peatones viene ya aprendiendo a exigir que, cuando se arregle una calle, se haga bajo el criterio de “calle completa”. Amplias y adecuadas banquetas forestadas, presencia vegetal reforzada por arbustos apropiados, tráfico automotor moderado, cruces seguros, mobiliario urbano en donde venga al caso, ciclovías bien dispuestas cuando así lo determinen los estudios técnicos, expresa preferencia para peatones y ciclistas, iluminación eficaz. Es lo mínimo que puede comenzar a devolver dignidad y equidad a las vialidades tapatías.

Lo triste es que, a pesar de distintas voces que exigieron lo anterior desde hace décadas, y que notables e incipientes esfuerzos en estos campos fueron efectuados en algunas administraciones anteriores, apenas estemos avanzando con mayor vigor en estos aspectos de elemental civilidad y mejoría urbana. Aún por los criterios más economicistas posibles: la plusvalía, el auge económico, y por lo tanto la mayor recaudación oficial en los corredores intervenidos. O por criterios más de fondo: el radical incremento de la calidad de vida y de la salud vecinal que el establecimiento de “calles completas” –incluyendo los esenciales programas de “banquetas libres”- supone.

 

Sería de esperarse, sin embargo, una incisiva y eficaz campaña de concientización e involucramiento en la mejoría y el mantenimiento de las calles por parte de sus vecinos. Sería esencial, por parte de la población inmediata a estos esfuerzos oficiales, apropiarse de las nuevas medidas, seguir la sana costumbre de cuidarlas que prevaleció hasta hace algunas décadas. Asegurar la limpieza y buen estado de sus banquetas y del arbolado y la vegetación fronteros, reportar desperfectos y exigir su reparación, adoptar con resolución las mejoras que una apropiada vía pública aporta a toda la población. Para que las acciones emprendidas tengan un verdadero éxito en indispensable que todos comprendamos que una medida adecuada de renovación, por más puntual que sea, repercute positivamente en toda la comunidad.

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