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6 junio, 2018
por Beatriz Colomina

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Al principio de siglo XX, con la llegada de las revistas ilustradas y la fotografía hubo toda una polémica entre arquitectos. Adolf Loos acusaba a Josef Hoffmann de diseñar sus edificios para la fotografía. Algunos arquitectos respondieron a esa nueva realidad que les daba la posibilidad de presentar su trabajo en revistas e hicieron su trabajo fotogénico. Loos estaba en la frontera entre esos dos mundos, se resiste y critica a aquellos que se prestan demasiado fácil a adaptarse a los medios de comunicación. Le Corbusier es uno que ya entra de lleno y usa la misma lógica de los nuevos medios de comunicación: la fotografía, el cine, la radio e incluso la televisión forman parte importantísima de cómo repiensa la arquitectura.

Hoy vivimos en una especie de espacio híbrido. Ya no podemos ni navegar la ciudad como antes: ahora la gente va con el celular. ¿En qué espacio estamos? ¿Ahí donde estamos, conectándonos con otro amigo que manda fotos de su gato? Estás aquí y en otras tantas partes del mundo simultáneamente. ¿Qué tipo de experiencia es ésa? Esos medios no existían en el año 2000 y poco a poco han ido llegando y creciendo exponencialmente, al punto que hoy hay más de 1,000 millones de personas usándolos. Es algo que no podemos eludir ni desconsiderar, pues cambia por completo las relaciones entre lo público y lo privado, lo exterior y lo interior, que son las maneras como siempre pensamos la arquitectura. En The Wall Street Journal se publicó que ochenta por ciento de los profesionales jóvenes de Nueva York trabajaban en la cama, que se ha convertido en el lugar desde donde la gente no sólo trabaja, sino que también se conecta. Al mismo tiempo, y después de la crisis de 2008, toda una nueva generación se encuentra sin trabajo en los lugares tradicionales, pero sobrevive —algunos hasta viven bien— con una serie de trabajos que ya son muy diferentes. En lugares como Nueva York, donde el espacio es muy reducido y la mayoría de la gente vive en un estudio en el que prácticamente abres la puerta y te tiras en la cama, ésta se ha convertido en el centro del universo, un universo en el que no hay ni noche ni día. Es la cultura del 24/7 de la que habla Jonathan Crary y que define como una forma de explotación en la edad del capitalismo tardío. Hoy puedes estar trabajando con gente de China o Australia, en un horario que te obliga a despertar a mitad de la noche para luego volver a dormir.

Todo esto me hace volver sobre lo que fue la transformación más radical del siglo XIX, la separación entre el lugar de trabajo y el de la vivienda. Walter Benjamin, por ejemplo, habló de ese nuevo sujeto que se constituye en el interior y en la oficina. Esa división, de alguna manera, colapsa en este momento con la vuelta a una confusión entre el trabajo y la vida, entre el día y la noche, que es incluso pre-industrial, pues antes de la sociedad industrial no existía eso de las ocho horas. La gente, cuando se iba la luz hacía de todo: dormían, comían, hacían el amor, trabajaban, luego volvían a dormir; era una cosa más fluida. Hoy, cuando te preguntas dónde tienes el teléfono, te das cuenta de que duermes con él. El teléfono es la última cosa que acaricias en la noche y la primera en la mañana. Estamos siempre conectados, construyéndonos y representándonos a nosotros mismos. Hoy todo el mundo es editor y todo el mundo es curador de sus propias imágenes y de su propia vida. Nos curamos. Tiene algo de cuidado de una enfermedad y, al mismo tiempo, de mantener una cierta imagen, una cierta dignidad.

 


 

Texto editado a partir de una entrevista realizada por Pedro Hernández Martínez.

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