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Entrevistas

La arquitectura como suelo operativo

La arquitectura como suelo operativo

13 noviembre, 2014
por Arquine

Conversación con Alejandro Haiek | LAB.PRO.FAB (I)

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Pedro Hernández + Mariana Barrón: ¿Qué papel que juega un arquitecto dentro de un proyecto de carácter social donde ya existe una ciudadanía activa? ¿Importa su presencia? 

Alejandro Haiek: Hay tres puntos importantes en eso. Lo primero es desplazar el rol del arquitecto de experto a ciudadano común. Eso tiene que ver con la forma en que la arquitectura ha generado protocolos de transformación de ciudad a partir de la noción del encargo, es decir, del encargo público basado en el aparato del Estado o la industria privada. En el momento en que el arquitecto es capaz de sumarse a problemas, de conectarse con acciones que van más allá de la noción del encargo, abre la posibilidad de relacionarse y sumarse a otros campos de conocimiento desde los que es posible construir ciudad sin las lógicas del capital o el oportunismo del Estado.

Lo segundo tiene que ver con la fuerza de la participación cívica en la transformación de la ciudad y como está anulada por la lógica partidista donde vernos representados es la única forma de emprender transformaciones en la ciudad. Las personas a las que seleccionamos y pretendemos que se encarguen de representar nuestros intereses y demandas casi nunca son capaces de hacerlo porque quedan atrapados en la burocracia. La crítica a la democracia representativa apuesta por la posibilidad de generar entornos o protocolos de colectividad que produzcan transformaciones relevantes en el territorio, desde la posibilidad de participar horizontal o transversalmente con otros agentes urbanos que, además, tienen las mismas preocupaciones. El sistema a veces no permite aportar nuestras experiencias y conocimientos a los demás porque estamos supeditados a la lógica del trabajo.

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El punto número tres es pensar que la única forma de cambiar el sistema está en aspirar a relacionarse más con las comunidades, permitir que se expresen y demandar qué necesitan. Se trata de aspirar a participar en las dinámicas de diseño, aun cuando se pretende ver que las comunidades están más allá del arquitecto, que estamos apoyando a una comunidad que esta todavía despegada de nuestros saberes técnicos o académicos. Creo que se comete un error en que está despegado de nosotros y en pesar que es una lógica más sensible, que permite la participación o que está cercana al asistencialismo, a la filantropía o al altruismo. Se trata de entender que no existen estas jerarquías que buscan una especificidad en el conocimiento sino distintas parcelas del conocimiento, saberes populares o inteligencias locales, del sentido común hasta  las ciencias aplicadas, desde la sofisticación técnica hasta la tecnología de la necesidad. Eso lo digo porque hay una especie de ridiculización de entender el ingenio popular con unas especie de sorpresa. Más bien es un conocimiento que no se rige bajo la estructura científica o la estructura académica pero que tiene la misma validez en tanto que es transmitido de generación en generación y es capaz de establecer un uso austero del territorio y de los recursos.

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Negro Ponte señala en Ser digital esa distinción entre lo que es información, conocimiento y cultura. A partir de la reproducción sistemática de investigaciones científicas se produce un montón de información; en tanto que nuestros aparatos de observación han ido aumentando, en la medida que el sistema técnico tiene la capacidad de profundizar en micro o en macro, hay que preguntarse si esa información realmente se transforma en conocimiento. Es conocimiento cuando es inteligible, transferible, y universalizable, pero aun cuando se transforma en conocimiento, si es capaz de modificar socialmente a grupos muy particulares, entonces estaríamos hablando de cultura, que también puede perderse en la medida que no es transferida de una generación a otra.

El arquitecto debe desplazarse, sumándose a acciones que cuestionen el tiempo del proyecto. No es una cosa pensada bajo demanda, donde se produce información planimétrica o técnica que después es interpretada por una compañía constructora y puesta a prueba, construida y finalmente habitada. Quizás debemos trabajar al revés: programar una secuencia de acciones que permitan dinamizar el territorio en términos culturales en el que el rol de edificio ya no es masificar sino reconstruir acciones. Una arquitectura que es simplemente un suelo –invisible y desaparecido– que permite darle soporte a estas acciones.

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PH+MB: ¿Cómo se exige un nuevo orden, unos nuevos procesos que posibilitan una reformulación cuando se realiza una acción?

AH: Justamente en el caso de Tuina el Fuerte, estas acciones de ciudadanía han creado básicamente un territorio de colectividad que ha permitido reflexionar sobre prácticas pedagógicas. Hay sociólogos o comunicadores sociales que están trabajando desde los programas que se han dado desde estas actividades de calle, repensando la forma como se enseña. Desde la efectividad de su programa –en el sentido en que son, por un lado, capaces de recibir un universo de personas considerable y, además, no está atendido por ninguna de las instituciones formales del Estado ni desde las perspectivas que plantea la educación o la pedagogía– estas personas tienen la oportunidad de desplegar su talento a partir de sus prácticas cotidianas, creando módulos de conocimiento, que son transferibles de unos a otros.

Casi todos los que estamos ahí nos estamos reformulando en nuestro rol disciplinar en la sociedad. Nos damos cuenta de que somos capaces de producir acciones mucho más relevantes sin una institución gigante ni recursos financieros. Estamos apuntando a diluir ese aparato burocrático en algo mucho más flexible, abierto y horizontal, que empieza a ser mucho más provechoso para esos contextos que tienen más necesidad porque la academia, desde su estructura formal, rígida y piramidal, produce unos profesionales que salen a la calle y tampoco tienen trabajo. Hay una inconsistencia y una desconexión entre el conocimiento académico y los problemas que padece la sociedad contemporánea, porque la universidad, en muchos casos, no ha sabido ajustar esos cuerpos de saberes a las necesidades y las formas como han evolucionado las sociedades contemporáneas y específicamente en ese tipo de ciudad.

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Lo interesante es que, desde una práctica más austera, somos capaces de vincularnos con otros campos de saberes y cuestionar la efectividad del Estado, que empieza a tener una mirada a lo que hace en estos procesos auto-gestionados, replicando experiencias, formalizándolas en programas “de Estado”, con toda la peligrosidad que esto tiene.

Se habla mucho de revolucionar la revolución. Se supone que la revolución trae cambios y reflexiones respecto a todas las prácticas, pero otra vez vuelve a caer en una estructura cerrada. Uno pretende otra vez darle la vuelta y cuestionar al Estado, pero no oponiéndose, sino haciéndole ver que, desde su política y andamiaje legislativo, desde el marco legal, es posible generar estas transformaciones. Hay una posición que termina siendo interesante para el gobierno, porque no es un partido de oposición que le reclama, sino que tiene una actitud de ciudadanía que plantea posibilidades que luego hace. Es forzar al Estado haciendo reverberancia de sus políticas.

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PH+MB: ¿Qué es para ti la noción de ensamblaje, tanto en un sentido disciplinar como en un carácter de unir dos cosas, que no encajan del todo, pero que funcionan?

AH: Está relacionado con lo que comentaba del tiempo y la arquitectura. El tiempo de la arquitectura es el tiempo de las relaciones humanas. Es muy fácil construir infraestructura pero muy difícil construir relaciones humanas. Hay que pensar en las lógicas secuenciales del edificio, entender que son acciones que, eventualmente, son una semilla que detonará unas dinámicas en el entorno en términos espaciales, morfológicos, ambientales o sociales. Es bastante traumático porque hay que conformarse con pequeñas cosas y empujarlas sabiendo que podrán construir algo más en el futuro. Hablando de arquitectura, un programa de un comedor comunitario puede desencadenar acciones en dos o tres años que van más allá de comer. Son pequeñas piezas físicas que van ensamblándose en el tiempo. Estos ensamblajes son muy flexibles y poco predecibles, en ellos hay un diseño del accidente. Todo es accidental pero siempre existe la posibilidad de reprogramar o de reconectar.

Mucha gente me preguntaba cómo hago “que estoy trabajando con una comunidad, un grupo social y yo trato de convencer” porque es la cosa típica del arquitecto: convencer de la verdad a una comunidad. Quizás es más sencillo sumarse a problemas que ya existen y no problematizar más la realidad. Ahí es donde uno se vuelve un ciudadano, no un experto.

Desde la perspectiva de diseño también es muy interesante no pensar en el bloque. El centro cultural de Tiuna no es un edificio de 4 ó 5 pisos; podría serlo, pero en principio es una grada, una tarima, una pared móvil, soportes que pueden ensamblarse y constituir un auditorio pero eventualmente pueden dispersarse o diseminarse por la ciudad y empezar a operar no sólo en la lógica del lote o local, sino que pueden tener un radio de acción mucho más interesante a lo que permite el edificio.

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PH+MB: ¿Esto es lo que propicia lo que llamas ‘suelo operativo’?

AH: Se trata de pensar que la lógica de construcción de la ciudad está basada en la evolución de la cuadricula fundacional –un trazado del territorio que permitía colonizar una territorio a partir del cual la ciudad se fue expandiendo con unos tramados y tejidos de mucha mayor complejidad– hasta lo que implica construir una autopista que conecta dos puntos pero que también segmenta en múltiples estratos y produce un montón de accidentes donde es posible operar.

De los fracasos de la utopía moderna, las propias comunidades han empezado a reconocer que hay muchos espacios para despliegues culturales. Esos suelos operativos permiten trabajar desde otras lógicas más allá de lo normado, lo regulado y que está condicionado por una ordenanza urbana, que también es una formula para construir ciudad y que ciertamente puede ser efectiva pero que repite de forma sistemática un modelo implícito. Es mucho más interesante saber que lo no normado permite establecer el diseño de la política urbana y crear política. Es generar más que edificios, es diseñar políticas urbanas y crear nuevas ecologías, nuevos ecosistemas; crear esa superficie de acción y de relación humana como soporte para desplegar acciones culturales.