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Columnas

Joseph Rykwert: Medalla de Oro del RIBA

Joseph Rykwert: Medalla de Oro del RIBA

21 septiembre, 2013
por Juan Manuel Heredia | Twitter: guk_camello

El pasado diecinueve de septiembre el Royal Institute of British Architects (RIBA) anunció que otorgará su Medalla de Oro de 2014 al historiador y crítico Joseph Rykwert.[1] Con más de siglo y medio de existencia, y normalmente otorgado a arquitectos en activo, la Medalla de Oro del RIBA es uno de los premios de arquitectura más importantes del mundo. Entre los galardonados más célebres del siglo XX se encuentran Louis I. Kahn, Alvar Aalto, Mies van der Rohe, y Le Corbusier. Algunos de sus más recientes son Peter Zumthor, Alvaro Siza y Herzog & de Meuron. Rykwert es así unos de los pocos historiadores y críticos junto a Lewis Mumford, Nikolaus Pevsner, John Summerson y Colin Rowe que se han hecho acreedores al premio.

Nacido en Varsovia en 1926, Rykwert emigró a Londres a los trece años debido a la invasión Alemana a Polonia. Estudió arquitectura en la Bartlett School y la Architectural Association y continuó sus estudios bajo Rudolf Wittkower en el Warburg Institute. Además de Wittkower su otro reconocido maestro fue Sigfried Giedion, quien en 1949 lo introdujo a los círculos y discusiones del CIAM. A principios de los años sesenta Rykwert participó en las excavaciones arqueológicas del Foro Romano dirigidas por Frank Brown. En 1967 fundó en la Universidad de Essex el primer programa de teoría e historia de la arquitectura dedicado en gran parte a la interpretación de tratados y manifiestos arquitectónicos desde Vitruvio al siglo XX, y que debido a su carácter poco ortodoxo fue objeto de censura por parte del mismo RIBA. Haciendo mancuerna con Dalibor Vesely, Rykwert educó a distinguidos alumnos como Robin Evans, Daniel Libeskind, Mohsen Mostafavi, David Leatherbarrow, y Alberto Pérez Gómez. A través de muchos de ellos el espíritu de aquel programa se continuó en diversas universidades especialmente en Cambridge, Pennsylvania y McGill.

Entre los libros más importantes de Rykwert se encuentran La Idea de Ciudad, La Casa de Adán en el Paraíso, Los Primeros Modernos, The Dancing Column, The Seduction of Place, la traducción al inglés (junto a Neal Leach y Robert Tavernor) de Los Diez Libros de la Arquitectura de León Batista Alberti y su más reciente The Judicious Eye. En ellos explora temas tan variados como los orígenes de la ciudad y la arquitectura, la radical transformación de la teoría en el XVIII, la relación de la arquitectura con el cuerpo humano y las otras artes, y la ciudad contemporánea. En sus ensayos reunidos en The Necessity of Artifice, Rykwert revaloró de forma crucial a Adolf Loos y Gottfried Semper y rescató del olvido a Carlo Lodoli y Eileen Gray. De gran influencia entre historiadores de la arquitectura, Rykwert sin embargo ha sido quizá más apreciado por los arquitectos, gozando de la admiración y amistad de Richard Meier, David Chipperfield, Charles Correa, Frank Gehry, Vittorio Gregotti y Aldo van Eyck. Rykwert también ha sido famoso (y en ocasiones censurado) por sus debates y agudas críticas a Manfredo Tafuri, Aldo Rossi, Philip Johnson, Leon Krier, y los artistas Yves Klein, Piero Manzoni y Vito Acconci. Rykwert representa de hecho al crítico de arquitectura por antonomasia, siendo actualmente presidente de la Asociación Internacional de Críticos de Arquitectura (CICA), organización fundada en México en 1978. A diferencia de los escritores de arquitectura premiados anteriormente con la medalla, Rykwert es quizás también quien mejor ha logrado trascender el ámbito disciplinar al establecer vínculos y diálogos con intelectuales de la talla de Umberto Eco, Richard Sennet, Ivan Illich, Roberto Calasso, Elias Canetti, Susan Sontag, Eugenio Trías y Octavio Paz.

Según Teodoro González de León, uno de los arquitectos mexicanos seguidores de su obra, Rykwert conoció a Paz en 1972 durante las Norton Lectures que este último dio en Harvard en 1972. Según el propio Rykwert, Paz pudo recibir The Dancing Column (libro en que el escritor mexicano es citado en su crítica a Jean-Paul Sartre) poco antes de su muerte. A pesar de ser conocedor de nuestro país y de que la Ciudad de México figura de manera especial en los capítulos finales de sus dos obras dedicadas a la ciudad, fuera de los libros traducidos al castellano y que pueden adquirirse en el país, Rykwert ha recibido poca atención en México. Es de hecho Alberto Pérez Gómez el mexicano que mejor representa su herencia, al absorber de él sus ideas sobre la dimensión metafórica de la arquitectura y su crítica a las llamadas arquitecturas autónomas.

Catalogado de las formas más variadas como antropólogo (Gregotti), polímata (Greenberg) y, a falta de instrumentos críticos y de forma despectiva, “académico servil y reportero de mobiliario y de modas” (Rossi), “fenomenólogo” (Otero-Pailos), “anticuario” (Eisenman),[2] y el mismo “diablo” (Wigley),[3] Rykwert es sin embargo -como dice Eric Parry en el comunicado oficial del jurado- un “arquitecto de corazón.” Escribiendo básicamente sobre el oficio en que se educó y sobre su horizonte de referencia más inmediato -la ciudad- Rykwert es unos de los teóricos contemporáneos de la arquitectura más importantes, complejos, y difíciles de encasillar. De su libro The Necessity of Artifice, extraigo y traduzco un fragmento de uno de sus escritos menos conocidos en México:

“Al arquitecto no debe incumbirle la resolución de los problemas sociales. De hecho dudo mucho sí, a esa escala, sea de su incumbencia resolver problema alguno. La tarea del arquitecto es dar forma física al tejido social. Proveer de los marcos que los transeúntes –desde fuera- y los usuarios/participantes –desde dentro- reconozcan como las líneas de demarcación de una situación social determinada, sea esta un bungalow o la alcaldía de una megalópolis. Por lo tanto su labor se dirige primero que nada a aquello que pueda manipular: a la materia bruta sobre la cual opera, así como a sus superficies, cuyas inscripciones transformarán aquella materia inerte en portadora de intenciones. Los marcos que el diseñador construye (y que pueden ser desde mamparas de papel hasta grandes muros de piedra o concreto) son los escenarios en los cuales acontecen nuestras acciones. No son parte de la acción y no pueden influenciarla directamente. Su relación con ella es siempre tan variada y tan indirecta que las reglas de acuerdo a las cuales se conciben desarrollan deben de ser articuladas independientemente de los mas sutiles y complejos patrones de acción humana. Lo cual deja otro tema crítico abierto: las inscripciones en las superficies de la arquitectura y la ciudad, a pesar de ser independientes de la acción, tienen con ella una relación análoga a la de una obra teatral con su escenario. Un escenario sin embargo, a pesar de estar destinado a acomodar determinados movimientos y configuraciones (salidas, entradas, escotillas, etc.) tendrá analogías más complejas y variadas en cualquier edificio (puertas y ventanas, drenajes y alimentaciones eléctricas, aire acondicionado, etc.), pero lo que los unirá será la intención por parte del diseñador de crear una entidad visual coherente. En el momento en que a esta entidad se le aísla del ambiente general, se le llama forma. Como el ambiente social no puede ser diferenciado o leído sin antes aislar los establecimientos a su interior, sean estos familias, comunas o juegos de póquer, de la misma manera el mundo a nuestro alrededor no puede ser leído, y por lo tanto comprendido, sin antes aislar formas y secuencias de formas a su interior. El hablar de arquitectura, diseño, no digamos urbanismo, informal es una contradicción lógica.”[4]


[3] Ibid.

[4] The Necessity of Artifice (Nueva York: Rizzoli, 1982) pp. 58-59.

 

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